La bruma interior empezó a desvanecerse y solamente quedó la niebla exterior. Era un manto gris y oscuro, apenas roto por una débil luz distante. Sin embargo, de algún modo ese manto húmedo y etéreo lograba golpearle la cara. Y hablarle.
—¡Despierta, muchacho! ¡Despierta! —le decía la niebla con voz de viejo.
Dario se revolvió un poco. Tenía frío, estaba dolorido y empezaba a percibir las cosas. Aunque tenía la sensación de estar despertando, cuando abrió los ojos se convenció al instante de que en realidad sufría una pesadilla, una que era especialmente desagradable.
Levantó un poco la cabeza y vio un viejo vestido con una toga oscura inclinado sobre él. Luego miró a su alrededor y se dio cuenta de que yacía encima de una montaña de pescado fresco. Entre los besugos, congrios y atunes se veían todavía algunos trozos de hielo. Muy cerca de él un pulpo enorme trataba de abandonar un cubo lleno de agua salada y escaparse hacia la borda de la embarcación. Notó que algo le hacía cosquillas en la oreja. Se volvió, para comprobar que una langosta estudiaba concienzudamente su cara con las antenas.
—Menos mal que reaccionas, ¡hip! Creía que estabas muerrrto —dijo el viejo, marcando mucho la erre y tumbándose a su lado con una elegante e indiferente pose—. ¿Sabes? No esperaba hallar compañía aquí —pasó un dedo por la frente de Dario y se lo llevó a la boca—. ¡Chocolate! Ya me parecía a mí, ¡hip!
Sin hacerle caso Dario se incorporó y pudo encontrar los pantalones y el cinturón con el florete, que había llevado consigo durante la caída. Logró ponérselo todo pero no pudo encontrar fuerzas suficientes para levantarse. Decidió permanecer un rato más allí, mecido por el suave discurrir de la embarcación. Entonces trató de hablar y al principio no pudo hacerlo. Tuvo miedo de que con tanto ajetreo hubiera terminado por estropear del todo su capacidad de conversar en aquel idioma, pero fue un temor vano; enseguida las palabras adecuadas fluyeron a su mente.
—¿Quién eres? ¿Dónde estamos? —le preguntó al viejo.
—Dos prrreguntas maravillosas —sentenció éste—. Si pudiera responderlas sería el más sabio entre los sabios. ¡Hip! Creo que soy una circunstancia moldeada por su contexto y movida por la historia que trata de... hum... de arrancarse a sí misma un brillo de singularidad. Sí, ¡hip! creo que no ha estado nada mal. No señorrr...
Dario le observó cuidadosamente. Era notorio que estaba borracho como una cuba, aunque no parecía un vagabundo o un pordiosero.
—En cuanto a tu segunda pregunta... Según algunos estamos dentro de una esfera de hierrro, creada por los dioses para mantenernos encerrrados, ¡hip! Pero la esfera es vieja y el óxido la ha carro... curro... corrroído. A través de los agujeros pasa la luz del mundo celestial, que son las estrellas y el sol. ¡Hip! Eso demuestra que la esfera gira, gira y gíraaa...
—¿Tú crees eso? —preguntó Dario para ver hasta dónde llegaba el hombre con sus disparates.
—¡Pues claro que no! —respondió con semblante ofendido—. ¡Sólo estoy borracho, no soy estúpido!
El joven se levantó al fin y con paso vacilante empezó a buscar a Peter Drake. Lo encontró al otro lado de la pila de pescado, con la cara dulcemente apoyada sobre un lenguado. Lo sacudió y lo llamó varias veces hasta que respondió con voz ronca. Una vez hubo despertado Drake tardó poco en reaccionar. Maldijo a gritos, sacándose con grandes muecas de asco un par de sardinas de los bolsillos. Luego cogió un cubo, lo llenó con agua del lago y lo vació sobre la cabeza.
—¡Por los mil infiernos de poniente, voy a oler a pescado toda la vida!
Luego le tocó el turno a Dario de recibir un balde de agua por encima, que lo dejó tiritando de frío. Drake siguió jurando y maldiciendo hasta que un marino, alarmado por el ruido, se acercó hasta donde estaban.
—¡Eh, vosotros, los de proa! ¿Qué hacéis aquí? ¿Quién os ha dado permiso para abordar la Anguila Negra? —el marino llevaba una linterna en una mano y un grueso garrote de madera de haya en la otra.
Antes de que ningún otro pudiera abrir la boca, el viejo respondió, haciendo un gran esfuerzo para no hipar de nuevo ni demostrar tan ostensiblemente su embriaguez:
—Son amigos míos. Vienen conmigo y bajarán en mi casa. Déjanos esa linterna aquí y trae una manta para el joven. Te la pagaré bien.
Nada más oír hablar de dinero el marino se tranquilizó e hizo lo que le pedían.
—Oye, ¿quién eres y qué haces aquí? —preguntó Drake cuando Dario estuvo abrigado. Se habían reunido los tres en un trozo despejado de cubierta, sentados sobre la cubierta alrededor de la linterna. Parecían tres espectros de la noche decidiendo a qué alma iban a acosar cuando los humanos empezaran a elevarse hasta los mundos del sueño, pero estaban cada vez más animados. El viejo porque empezaba a desaparecer lo más fuerte de su borrachera, Drake porque tenía una nueva aventura que contar y Dario porque aún seguía vivo.
—Las preguntas eternas, el verdadero jugo de la sabiduría...
—Esta vez sin enrollarte —suplicó Dario.
—Está bien, está bien... Soy Lord Douglas y también soy el Guardián de las Llaves de la Sabiduría.
—Eso es un título honorífico de la corte —le susurró Drake al oído a Dario—. Algo así como primer filósofo del reino —alzó la voz—. Me gustaría saber qué hacías tumbado sobre el pescado.
—Digamos que un estado de ligera embriaguez, unido a mi habitual facilidad de palabra, no resultaba grato esta noche a la tripulación, la cual expresó su deseo de dejar de oírme tirándome a la pila de pescado. ¡Hip! —explicó el anciano—. De todos modos, es más normal hallarme en la corte o en la biblioteca de palacio.
—Entonces ¿eres un noble? —preguntó Dario.
—Al menos nací con esa condición, aunque siempre he tratado de redimirme aproximándome a las costumbres del pueblo...
—Por ejemplo, emborrachándote en las tabernas del puerto —dijo cínicamente Drake.
—Por ejemplo —concedió Lord Douglas—. Y podéis creer que es un método recomendable que permite contactar con una parte notable y muy vital de nuestra sociedad. A veces pienso que he aprendido más de la vida en las tabernas, contemplando las pasiones humanas a través del cristal de las jarras de cerveza, que en mi propia biblioteca. ¡Hip! —el viejo hizo una pausa para tratar de recuperarse un poco; se esforzaba visiblemente en hablar con soltura para no parecer tan borracho—. En cuanto a qué hago aquí, bien, no estaba bastante sobrio como para regresar andando o a caballo. Así que le dije al barquero, un buen hombre al que conozco, que me llevara hasta el embarcadero de mi casa, que por cierto está muy cerca.
Pero lo que de verdad sería interesante es que contarais qué hacéis vosotros aquí. Debe ser una historia apasionante para terminar cayendo del cielo sobre un montón de pescado —y luego mirando a Dario y sonriendo añadió—. Y untados de chocolate, por lo demás.
Aunque Dario iba a decir algo, fue Drake quien tomó la palabra a toda prisa.
—Bien, verás: mi amigo y yo venimos de las Colinas Rojas, donde unas deudas nos obligaron a huir precipitadamente. Pero dio la casualidad de que unos sirvientes de nuestro acreedor nos encontraron esta noche en un hostal, justo cuando acabábamos de bañarnos y tuvimos que salir a toda prisa. Mi intención era tirarnos al río, pero ya ves, terminamos en esta barca.
—Es un embuste magnífico, pero no explica lo del chocolate —replicó Lord Douglas.
—¡Oh, eso! Es sólo que mi amigo tropezó con una camarera que llevaba una bandeja de pasteles.
—No está mal, pero sigo convencido de que es un embuste. En todo caso no trataré de averiguar más si es poco conveniente para vosotros, aunque dudo que realmente fuera deseable para mi saber más de semejante par de truhanes.
—En realidad no hay mucho que explicar —terció Dario—. Contraté a este hombre para que me guiara hasta la costa, aunque no miente cuando dice que somos amigos. En cuanto a nuestra salida un tanto... original, se debe a que alguien parece empeñado en impedir que mi viaje llegue a buen fin.
—¿Y cuál es el motivo de este interesante viaje?
—Si ambos me lo permitís, prefiero no decirlo. Al menos hasta que haya podido completarlo.
—Bien; en todo caso, ahora hemos de desembarcar. Ésa es mi casa —dijo Lord Douglas mostrando con un amplio gesto de su brazo unas luces que aparecían tras la espesa niebla.
La casa surgió pronto ante ellos: un castillo circular, con cinco torres prismáticas en cuyo exterior se habían adosado algunos pabellones, todo ello realizado en piedra negra tallada con formas onduladas. El castillo parecía orgánico; los contrafuertes semejaban costillas, las chimeneas setas y las ventanas ojos de gigante. Este efecto quedaba realzado por los vitrales de las ventanas, que algún artista del pasado había diseñado para que parecieran ojos de verdad. Al estar las luces del castillo encendidas éste recordaba a un enorme ser vivo, vigilante y al acecho.
—¡Impresionante! —exclamó Dario.
—No está mal —comentó Drake con indiferencia fingida.
—Acogedor —sentenció Lord Douglas.
Le dio unas monedas al barquero y bajaron. Como fue generoso éste le obsequió con un enorme rape que el viejo se cargó al hombro.
En el embarcadero del castillo estaba amarrado un pequeño yate y varias embarcaciones diversas. Al lado, Dario divisó un jardín con un emparrado y pérgolas. Entraron por la cocina, donde el señor de la casa dejó el pescado y dio instrucciones a un sirviente para que preparase un baño para cada uno de ellos.
—Cuando nos hayamos quitado de encima este maldito tufo a pescado estaremos todos más cómodos. Haré que os preparen un caldo caliente mientras tanto.
—No hace falta —dijo Drake—, hemos comido con abundancia hace pocas horas.
—¡Yo no! —se apresuró a decir Dario.
—Bien, pues comida para dos y cerveza para tres.
—Eso estará bien, pero sería mejor para cuatro.
—¿Esperamos algún otro invitado? —preguntó Lord Douglas.
—Todavía no sabes cómo bebe mi compañero —le explicó Dario, que ya tenía la medida tomada a Drake en cuestión de bebida.
El sirviente había despertado a un par de mozas y a un chico para que le ayudaran. Las mujeres fueron a preparar las bañeras y el niño se quedó ayudando en la cocina con los ojos casi cerrados por el sueño.
Dario se lavó, enjabonó, fregó, y restregó con energía por todas partes. Cuando salió de la bañera se secó y estuvo un rato oliéndose para asegurarse de que ninguna nariz podría confundirlo con un pescado. Puso especial cuidado en limpiar con un pañuelo de seda que encontró en un cajón del tocador el pequeño objeto que llevaba colgando del cuello. Sabía que no era demasiado delicado, pero también era consciente de que no podía estropearse bajo ningún concepto. Sería un desastre.
Mientras contemplaba el objeto a la luz de unas velas oyó unas risas detrás de él. Alzó la vista y en el espejo del tocador vio que una jovencita acababa de entrar en la habitación trayendo ropa limpia.
—¿Sueles sentarte desnudo ante el espejo? —preguntó la chica con malicia mientras dejaba la ropa sobre la cama.
—No tenía qué ponerme —se disculpó él con un leve encogimiento de hombros. Se dirigió también hacia la cama para recoger la ropa.
—Podrías haberte envuelto con una toalla, así... —dijo ella rodeándole el cuello con una toalla seca y tirando suavemente de él.
—¿Eso es todo lo que te parece digno de ser cubierto?
—Según de quién se trate.
Acercó la cara y besó a Dario en la mejilla al tiempo que lo abrazaba. Luego volvió a hablar, con voz aún más dulce.
—¿Querrás que me quede contigo un rato, verdad?
—Bueno, yo... —Dario estaba algo azarado. No esperaba algo así.
—Dime, ¿te gusto? ¿Crees que soy bonita?
—Sí, claro que sí —respondió mientras se sacaba un mechón de pelo rubio de la boca. La chica parecía empeñada en jugar con su oreja izquierda. En verdad era una muchacha agraciada, con unos pechos dignos de una matrona. Dario no se sentía con fuerzas después de haber estado tanto rato con Tania aquella misma noche.
—Entonces, ¿quieres que lo hagamos ahora?
—Verás, ya me gustaría, pero precisamente ahora pensaba...
—¿Qué pensabas? Sigue.
—Pues que debería ir a... —Dario no sabía cómo expresarlo con delicadeza. Le resultaba difícil hacerlo con la chica besuqueándole toda la cara.
El estómago del joven aprovechó aquel momento para recordarles que hacía muchas horas que no probaba bocado.
La chica se apartó de él ofendida:
—¡Todos los hombres sois iguales! ¡Pensáis con las tripas y vivís para las tripas! —dicho esto se marchó a grandes zancadas. Dario lo sintió de verdad. Esperaba que volviera en otro momento y entonces estaría preparado para recibirla tal como se merecía. También se le ocurrió que sería difícil para ella superar a Tania haciendo el amor.
Al cabo de un momento apareció Drake, que venía a buscarle. Se apoyó en el umbral de la puerta, lo miró de arriba abajo y comentó:
—¿Piensas hacer así el resto del viaje o te vestirás de nuevo algún día? —nada más acabar se apartó rápidamente para esquivar una estatuilla de bronce que Dario le había tirado.
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