Desde un punto de vista etimológico, inorgánico significa desprovisto de vida. En química se denominó así a los compuestos (y por extensión a la rama de esta ciencia que los estudiaba) procedentes del mundo mineral, en contraposición a aquéllos obtenidos a partir de los seres vivos, animales o vegetales, en la creencia errónea de que ambos tipos de compuestos eran mutuamente incompatibles.
La síntesis, a principios del siglo XIX, de un compuesto orgánico (la urea) a partir de substancias inorgánicas echó abajo estos criterios, pero por tradición histórica se ha venido manteniendo esta división tradicional de la química en las dos grandes ramas de la química inorgánica y la química orgánica. Claro está que ha sido preciso revisar la diferenciación entre ambas: A grandes rasgos, se puede decir que la química orgánica es la relativa a los compuestos de carbono, mientras la química inorgánica abarcaría al resto.
Evidentemente, esta división tampoco es precisa. Algunos compuestos de carbono, tales como los carbonatos, los dos óxidos de carbono, el grafito o el diamante, no pueden ser más minerales, y por lo tanto inorgánicos. Sin embargo, otra substancia claramente mineral como es el petróleo es una de las principales fuentes de productos orgánicos. Por otro lado, hay compuestos orgánicos (como los freones) que incorporan en sus moléculas átomos de elementos, como el flúor o el cloro, típicos de la química inorgánica, y finalmente existe una importante familia de substancias (los organometálicos) a caballo entre ambas categorías, ya que cuentan con una parte orgánica y otra metálica en sus moléculas.
En general, puede resumirse esta definición diciendo que los materiales inorgánicos son aquéllos en los que, por lo general, no está presente el carbono, salvo en los casos ya citados de los carbonatos, el monóxido y el dióxido de carbono, el diamante, el grafito o los fulerenos. Típicos materiales inorgánicos son las sales, los metales, los gases atmosféricos (oxígeno, nitrógeno, gases nobles), los ácidos más conocidos (sulfúrico, clorhídrico, nítrico, fosfórico), los hidróxidos, el agua, los halógenos (flúor, cloro, bromo y yodo), el azufre, el silicio, y algunos otros compuestos comunes como el amoníaco y los óxidos de azufre y nitrógeno, entre muchos otros.
Hasta ahora, y salvo los casos de compuestos orgánicos muy sencillos como el metano, fuera de nuestro planeta tan sólo se han encontrado materiales inorgánicos. Algunos astros como la Luna, Mercurio o Marte son rocosos. Ío, el cuerpo más volcánico del Sistema Solar, posee grandes cantidades de los materiales típicos de los volcanes, muy enriquecidos en azufre. Otros están recubiertos de hielo, como los otros tres satélites galileanos de Júpiter o los de los otros planetas gigantes. Los planetas gigantes son enormes bolas de gases (principalmente hidrógeno y helio) comprimidas hasta valores inimaginables, y el Sol tiene una composición química similar con la excepción de que en su seno tienen lugar procesos de fusión nuclear
En lo que respecta a los cuerpos menores, los cometas (y también probablemente los asteroides transneptunianos) son fundamentalmente bolas de hielo sucio, aunque en sus colas se han detectado diversos compuestos orgánicos sencillos. Existen varios tipos diferentes de asteroides: Rocosos, metálicos y un tercer grupo conocido con el nombre de condríticos, los cuales poseen también compuestos orgánicos sencillos. Pero la complejidad de la química orgánica existente en nuestro planeta tan sólo se puede justificar por la existencia en él de vida, razón por la que no es de extrañar que se trate de un caso único en todo el Sistema Solar.