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Episodio 4
Informe Miller 4/4

Tiempo estimado de lectura: 19 min 12 seg

Informe Miller 4/4
8/11/2053
Centro psiquiátrico Michael Gazzaniga

No recuperé el control de mis músculos hasta que no me soltaron en aquella celda y fue muy lentamente. No pude comer hasta tres horas después. Cuando hube recuperado el control total de mi cuerpo, me permitieron reunirme con James.

—¿Cómo te encuentras? —me preguntó preocupado.

—Como si me hubiera pasado un tren de mercancías por encima.

—¿Y la cabeza?

Dudé unos segundos.

—No lo sé, James. Estoy confuso. ¿Realmente crees que puede ser producto de mi mente?

Se encogió de hombros.

—Descansa y lo verás todo más claro. El resto déjamelo a mí. Ya he conseguido que te visite un psiquiatra.

—¿De la policía?

James asintió.

—Quiero que sea B.

—Pensaba que no acabasteis bien.

—Es el único que conoce mi historia, que sabe por todo lo que he pasado.

A la mañana siguiente el doctor B. estaba esperándome en una sala de las dependencias policiales.

—Buenos días, Jack. Cuanto tiempo.

Yo asentí con la cabeza. De alguna forma todavía me sentía intimidado por él.

—¿Qué te ha pasado?

—Yo... no lo sé. Todo estaba tan claro en mi cabeza, todo parecía tener sentido, pero tal vez...

—Tal vez te lo has vuelto a imaginar, ¿verdad?

Yo no dije nada durante unos segundos.

—¿Podrá hacer que me libre de la cárcel? ¿Podrá hacerlo?

—Ya he recibido presiones, gente de arriba que no te quiere bien. Nada ha cambiado desde entonces, ¿verdad?

Yo negué con la cabeza.

—No has cometido ningún crimen grave y creo que puedo arreglarlo. Solo que... tendré que ajustarte el polvo inteligente. ¿Sabes lo que eso significa?

Asentí.

—¿Cuánto tiempo cree que durará el ajuste? —le pregunté.

—No lo sé. Tendrás que volver a terapia conmigo y ya veremos. Sabes que puede ser un proceso muy largo.

Volví a asentir.

—¿No podré seguir trabajando, verdad?

—Estarás de baja por lo que seguirás cobrando.

—No es eso, es que... ya sabe que para mí el trabajo es... es lo que me mantiene activo.

—No te preocupes por eso ahora. El polvo inteligente no te dejará preocuparte por eso.

Todo fue bastante rápido. Por la tarde me liberaron y me llevaron a casa. Allí me leyeron una serie de contratos que firmé para permitir que realizasen los cambios necesarios en mi programación del polvo. Me dijeron que a medianoche notaría los efectos.

Cuando se fueron, me tumbé a dormir.

Al día siguiente me desperté a mediodía. Probablemente la nueva programación me había hecho dormir tanto. Me levanté con ganas de vomitar. Aunque al principio pude aguantar, al final lo hice. Efectos colaterales. Desayuné algo y me tumbé en el sofá a ver el holovisor. Así me pasé toda la tarde hasta que vino mi hermana a visitarme. Estaba muy activa y hablaba mucho. Más de lo habitual. Supongo que le dijeron que me animase. Asentí a todo lo que decía, aunque yo solo oía una incesante cháchara. Por fin se fue. Me había dejado comida así que cené algo y me fui a dormir.

Me volví a levantar tarde al día siguiente y seguí con la misma rutina que el día anterior. Me senté a ver el holovisor y así estuve hasta que vino mi hermana. Tuve que escucharla de nuevo y esperar a que se fuese para volver a poner el holovisor y quedarme dormido ante él.

Al tercer día vino James. Tenía pocas ganas de verle porque sabía que con él no me bastaría con asentir como hacía con mi hermana.

—¿Cómo lo llevas? —me preguntó.

Yo lo miraba tumbado desde el sofá.

—Bien —me costaba hasta hablar.

Se frotó las manos nervioso.

—¿Y no has vuelto a tener pensamientos inapropiados?

Negué con la cabeza. Finalmente se fue. Justo antes de que comenzase el nuevo ciclo de descargas en los receptores GABA de mi cerebro, que disminuirían paulatinamente durante otras seis horas hasta empezar un nuevo ciclo. También bloquearon mis receptores de glutamato. Estaría atontado en cuestión de segundos.

Así pasaron los días, uno tras otro. Como un perro viejo iba de la cama al sofá, de ahí a la cocina a comer algo y de vuelta al sofá. Pero no me importaba, nada me importaba. Me hubiese muerto de hambre si no fuese porque me obligaba a comer (y porque mi hermana venía todos los días a comprobar que lo había hecho).

A la semana tuve la primera entrevista con el doctor B. Durante las sesiones Ciberteos detenía durante un par de horas el bombardeo de GABA. Me permitía estar más consciente y aprovechar mi terapia. De lo contrario me encontraría como viendo un documental en suajili.

Hablamos de los últimos años, desde que había dejado el tratamiento. Al terminar volví a casa. Me tumbé en el sillón y esa noche ni siquiera dormí en la cama.

La segunda semana traté de tomarme las cosas de forma diferente. Durante la sesión con el doctor B., mi periodo más lúcido de la semana, decidí, también por recomendación suya, salir a pasear una vez al día. Al principio elegí la tarde, cuando venía mi hermana, así tenía una excusa para cortarla en cualquier momento. Pero tuve que cambiarlo a la mañana porque llegaba demasiado cansado a esa hora.

No puedo negar que no corriese cierto peligro, andaba por la ciudad como un zombi, sobre todo poco después del inicio del ciclo, por lo que intenté salir un par de horas antes de que finalizase.

Al principio solo salía a comprar algo en la tienda de enfrente. Pero poco a poco fui alargando el tiempo que pasaba fuera de casa. Primero dando una vuelta a la manzana, después me atreví a alejarme hasta tres manzanas y finalmente me atrevía a salir del barrio. Todo esto lo hacía sin ganas, desmotivado, solo guiado por la fuerza de voluntad y sobre todo por mi razón. Años de entrenamiento con el polvo me permitían hacer cosas aunque no las sintiese.

En uno de esos paseos debí cometer un error. Si le digo la verdad, no sé qué pasó. Yo solo recuerdo encontrarme de frente con E.H. el líder del partido neoliberal, pero no recuerdo nada más destacable. Tal vez lo que sucedió después también fuese casualidad. Ya estamos acostumbrados a ellas, ¿no? Tal vez yo caminase por una calle que casualmente era paralela al recorrido que él hacía. Así que me pareció injusto lo que pasó o por lo menos me lo parece ahora. Al estar a menos de cien metros de él durante un tiempo superior a un minuto Ciberteos interpretó, sus algoritmos interpretaron, que le estaba siguiendo e inmediatamente intervino. Pero no recuerdo seguirle, no conscientemente. Ciberteos me inmovilizó y después me llevaron a casa.

Intensificaron la dosis de descargas sobre el sistema GABAérgico reduciendo los ciclos a tres horas. También me aumentaron las sesiones con el doctor B. Empezó a venir a mi casa en vez de ir yo a su consulta. No me sentía con fuerzas. Él me explicó algo de los receptores de serotonina y dopamina. Creo que también los inhibieron, pero si le digo la verdad ya me daba igual.

A partir de ese momento no tuve ganas ni de ir al baño. Me puse un orinal debajo de la cama y otro debajo del sillón y solo cuando venía mi hermana me acercaba al baño para poder defecar. Normalmente solía aguantar, pero alguna vez ella se encontró con que el pastel ya estaba cocinado.

En algún momento dejé de ir a la cama a dormir. No tenía ganas ni de morirme.

James no volvió a verme. En parte porque se reincorporó al trabajo, en parte porque creo que no soportaba verme así. De todos modos yo lo agradecía.

No me sentía mal, ni inútil ni como un desecho, aunque debía parecerlo. Si le digo la verdad, no me sentía de ninguna forma. Pero por si tenía algún atisbo de depresión, trabajé ese problema con el doctor B. Se esforzaba mucho en hacerme comprender lo importante que era que comprendiese por qué me pasaba lo que me pasaba. Y yo lo comprendía o por lo menos no me importaba que me pasase.

Trascurrieron más días, no puedo decir cuantos porque tampoco tenía una noción del tiempo clara (o no la recordaba). Hasta que una mañana (¿o fue una tarde?) recibí un mensaje al endocomunicador. No recibía muchos en esa época, por no decir ninguno, pero lo hubiese desechado igualmente si no hubiese sido por el nombre del remitente. ¿Se acuerda de ese que me ayudo a establecer la correspondencia entre la imprenta y Biolab? Sí, era Gene. Al oír su nombre algo se activó en mi cerebro y a pesar de todas esas minúsculas descargas selectivas del polvo inteligente en la zona presináptica de mis neuronas, tuve ganas y fuerzas de escuchar el mensaje.

—Lee —dije en voz alta.

Y mi CCC envió una señal a mi endocomunicador que este reprodujo: Asunto: sin asunto. Remitente: Gene. Cuerpo del mensaje: Mañana a las veintiuna cero, cero encuentro frente a tu casa. Baja sin chip. Tú sabes como hacerlo. Fin del mensaje. En ese momento no fui capaz de entender lo que me pedía. Tuve que esperar al final del ciclo de descargas, cuando estas se encontraban en su fase más baja para escucharlo de nuevo. Y entonces comprendí. Al día siguiente era cuando tenía cita con B. Él llegaría a casa a las siete y desde ese momento tenía dos horas en las que Ciberteos no trastearía conmigo. La sesión duraba hora y media, por lo que desde el momento en que él se fuese, tenía media hora para quitarme el biochip.

Sé que pensará que era una locura, comecocos. Podía quedarme paralítico o desangrarme. Lo primero no me importaba. En el fondo ya era un lisiado y probablemente de por vida. Si ocurría lo segundo, Ciberteos acudiría de inmediato en mi ayuda. Aún así había un riesgo, no lo dude. Pero algo en mi cabeza, a pesar del atontamiento, me decía que debía intentarlo.

La sesión transcurrió con normalidad. Tal vez yo me mostré demasiado receptivo. El doctor lo notó. Pero es que me excitaba la idea de quitarme este maldito chip. De todos modos no me dijo nada y en cuanto se fue, me dirigí directo al cuarto de baño.

La operación no iba a ser fácil. Que el chip estuviese situado en la nuca no me ayudaría. Pero no pensaba echarme atrás. Cogí el cuchillo que tenía preparado. Era pequeño, pero muy afilado, lo suficiente para penetrar en la carne fácilmente.

Todavía hay gente que piensa que el chip está hecho de silicio, como los antiguos. No entienden que es parte de ellos, está simbiotizado con su carne. Por eso lo pueden sentir si lo tocan. Es una parte más del cuerpo, hecho de elementos biológicos y de células del propio individuo, y de neuronas reprogramables a las que les llegan las ondas a través de una pequeña protuberancia que funciona a modo de antena. El chip es parte de nosotros, como un dedo lo es. Y ya sabe como hundía sus raíces en la carne. Tenía que cortarlas de cuajo.

Seguro que piensa que podía haberlo quemado, pero Ciberteos hubiese detectado inmediatamente el incremento de temperatura y hubiese tomado medidas para pararme.

Hundí el cuchillo un centímetro cerca del perímetro del chip. Casi no sentí ningún dolor. Después debía hacer una incisión alrededor del chip, siempre intentando no profundizar más de dos centímetros. ¿Qué cómo sé todo esto? S.R. me lo enseñó.

Tardé menos de un minuto en hacer el círculo alrededor del chip. Esto me dolió un poco más. Y tampoco me quedó muy estético. Era difícil hacerlo mientras sujetaba un espejo. La sangre cubrió toda mi espalda. El chip ya estaba enviando al polvo para cerrar la herida, así que tenía poco tiempo. Hundí de nuevo el cuchillo y como si fuese una seta empecé a cortar el tallo de carne sobre el que se erigía el chip. Dolía como un demonio. Cortaba tanto las raíces como las terminaciones nerviosas que conectaban directamente con la espina dorsal. Un ligero error y me quedaría paralítico. El dolor comenzó a ser insufrible. Ahora sí que deseaba que Ciberteos iniciase el ciclo de nuevo.

El cuchillo se me escapó de las manos cayendo sobre el lavabo. Al cogerlo pude ver que medio trozo de carne en mi nuca colgaba como una loncha de salchichón a medio cortar. Rápidamente volví a iniciar el corte. Había puntos donde la simple presión no bastaba. Tenía que hacer un movimiento como si serrase. Después de casi desmayarme por el dolor me quedé con el colgajo en la mano. Ese trozo de carne era el chip y en mi nuca quedó un agujero de unos cuatro centímetros de diámetro que parecía un cráter. Lo tapé inmediatamente con una gasa. Y salí de mi casa corriendo.

Estaba perdiendo mucha sangre. Empezaba a marearme. Ciberteos ya estaría haciendo las comprobaciones adecuadas para ver si era un fallo del chip la causa de que no enviase señales y de no serlo, actuaría inmediatamente.

Tuve que apoyarme en la pared del portal para no caerme. Había una furgoneta aparcada enfrente de mi casa. Tenía la espalda mojada por la sangre. Miré hacia atrás y vi que había dejado un reguero. A tientas llegué hasta la puerta del portal y al intentar abrirla, caí de rodillas. Ciberteos no podía hacer nada para pararme, no tenía el chip, pero sabía exactamente donde estaba porque el polvo inteligente todavía corría por mis venas y estaba enviando señales a otras partículas cercanas para mi localización. Así que seguramente una patrulla de policía ya estaba en camino para detenerme.

Oí las sirenas a lo lejos. Intenté levantarme, pero volví a caer. No lo conseguiría.

De repente noté que me llevaban en volandas. Me metieron en la furgoneta y me tumbaron en una camilla. Arrancamos y salimos escopetados de allí.

Debíamos movernos muy deprisa por la ciudad porque mi cuerpo iba hacia todos los lados. Alguien me habló. Pero yo ya no podía escucharle porque me estaba desvaneciendo. Poco después recuperé la consciencia. Supongo que utilizaron un sellador para parar la hemorragia.

—¿Jack Miller, verdad?

—¿Gene?

Negó con la cabeza.

—No tenemos tiempo para presentaciones. Nos sigue la policía. Siguen el polvo inteligente que todavía se encuentra en su sangre. ¿Quería convertirse en un fantasma, no?

—¿Es eso posible?

—Primero debemos ir a un punto muerto para evitar la localización inmediata y después... ya veremos.

Dejamos la furgoneta en un descampado y desde allí me ayudaron a andar hasta un almacén cercano donde me tumbaron de nuevo en una camilla.

—No tardarán en localizarnos. Aunque ahora no puedan captar su señal, no es muy amplia la zona que tienen que peinar. ¿Le contó S.R. el procedimiento?

—¿Qué? No sé...

—No importa. Tenemos esta máquina de aquí —era un enorme motor con múltiples tubos y un bidón de cristal. Parecía una criatura marina —. Servirá para sacarle toda la sangre donde se encuentra el polvo.

—¿Y cómo viviré sin ella?

—Esta otra máquina —me señaló una que se encontraba enfrente de la otra a mi lado derecho —te introducirá sangre limpia de nuevo en el sistema.

Era como la anterior solo que el bidón estaba lleno de un líquido rojo.

—¿Y como conseguiréis que los dos tipos de sangre no se mezclen y no quede ningún nanobot en mí?

—Esa es la parte difícil. Te conectaremos tubos en varios puntos del cuerpo y entonces pararemos tu corazón. La sangre dejará de circular y en ese momento te la extraeremos toda del cuerpo. Y una vez no tengas ni una gota de sangre inmediatamente se te introducirá la sangre nueva de esta otra máquina. Finalmente debemos poner de nuevo en marcha tu corazón. Todo esto en cuestión de segundos. Es como una diálisis exprés.

—¿Y por qué no hacer una diálisis normal?

—Si intentases quitarte los nanobots con diálisis, Ciberteos se daría cuenta enseguida y lo impediría. En tu caso ya te están buscando por haberte quitado el chip y no tardarán en encontrarnos, por lo que no tenemos las más de seis horas que se necesitarían para limpiar toda tu sangre. En realidad no tenemos más de media hora.

Le miré asustado.

—¿Qué probabilidad hay de que salga todo bien?

—Estas máquinas están construidas por nosotros y... Un diez por ciento de probabilidad.

—¿Y de sobrevivir?

—Un uno por ciento. Aunque todo saliese bien, no es seguro que tu cuerpo sobreviviese al shock. ¿Estás seguro de que quieres hacerlo?

No lo dudé mucho. Entre vivir como un vegetal, atontado por Ciberteos o morir no había mucha diferencia y si sobrevivía por lo menos me recuperaría a mí mismo.

—Sí, estoy seguro.

Comenzaron a meterme tubos por todo el cuerpo. Con que uno solo de ellos fallase, me podía despedir.

—Ahora cierra los ojos, toma aire y si todo sale bien en cuestión de segundos habrá terminado todo. Si no... también.

Cerré los ojos como me dijo. La maquina empezó a hacer un ruido como si un avión despegase.

—¡Ahora vamos a parar tu corazón! ¡Suerte!

Sentí un calambre en el pecho, empecé a marearme, el ruido de fondo se fue alejando como el rumor del mar. Aún así pude sentir como si cien mil sanguijuelas chupasen mi cuerpo al mismo tiempo. El ruido de fondo dejó paso al silencio y a la serenidad.

¿Estaba muerto?

Empecé a escuchar voces de nuevo.

—¡Vamos, vamos, reanímale ya!

Noté que la consciencia se me iba de nuevo. Las voces se alejaban otra vez. Pensé que por fin me reuniría con... cuando de repente abrí los ojos. Todos estaban a mi alrededor y cuando me vieron recuperar la consciencia, aplaudieron.

—Normalmente deberías descansar. Pero pronto nos descubrirán y debemos irnos ya.

Empezaron a meter las máquinas en las furgonetas, mientras yo intenté levantarme, pero me caí al suelo. Era una sensación parecida a cuando te duermes sobre una mano, solo que extendida a todo mi cuerpo.

Me vestí como pude con ropa que me dejaron. Me ataba los cordones de unas zapatillas que me quedaban pequeñas cuando de repente la policía irrumpió en el almacén. La gente comenzó a correr hacia todos los lados. El tipo que se me había explicado todo el proceso me ayudó a andar. Nos dirigimos a una puerta trasera que había y salimos de allí.

—Ahora debemos separarnos. Ten cuidado con las cámaras. Si Ciberteos reconoce a una persona y no el chip te localizarán ¡Suerte en tu nueva vida!

Salió corriendo. Yo lo intenté pero no pude. Andando, casi arrastrando las piernas llegué hasta un bosque cercano. Me adentré en él como pude. Vi un hueco en un árbol y me escondí en él. Era un buen lugar para pasar la noche.

Estuvieron buscándome hasta el amanecer, pero no me encontraron. El polvo inteligente nos había hecho demasiado dependientes de él.

Salí de allí por la mañana. Todavía había policías en los alrededores, pero no me fue difícil esquivarlos. Entré en la ciudad de nuevo por el sur, por una zona donde vivía gente de clase obrera por la que nadie quería pasar. Y eso que los delitos eran prácticamente nulos. Aún así recordaba a las películas antiguas de barrios bajos: jóvenes sentados en las escaleras de entrada al edificio vestidos como ganstags (era solo una pose estética no real), personas mayores asomadas a la ventana contemplando como pasaba la vida y recriminando a los jóvenes que bloquearan las escaleras y pequeños comercios regidos por inmigrantes de todas partes del mundo.

De alguna forma ahora no me sentía tan alejado de ellos. La mayoría se encontraban marginados por las políticas de la ciudad, al igual que yo que estaba marginado de la ley y del control. Me paseaba entre ellos como un auténtico fantasma de las navidades pasadas.

Sé lo que piensa, comecocos, que en el fondo estaba disfrutando de mi nuevo estatus. Y no se lo voy a negar. Por un lado me sentía poderoso. Podía cometer crímenes y quedar impune salvo que me cogieran in situ. Sí, de alguna forma sin ese control me sentía libre, ilusoriamente libre. Por otro lado mi existencia era mucho más precaria al no estar monitorizado por Ciberteos. Casi me atropellan dos vehículos por eso. Somos tan dependientes de la tecnología, nuestros cerebros están tan acostumbrados a ella que cuando falta somos como recién nacidos en la selva. ¿Se acuerda de los primeros años de los coches eléctricos cuyo motor no hacía nada de ruido? Eso suponía un peligro terrible para los peatones, pues su cerebro utilizaba este como un dato fundamental para saber que venía un coche. Así me encontraba yo, teniendo que ser conscientes de todos los automatismos que mi cerebro había aprendido desde la llegada del polvo inteligente.

No me acostumbré. Solo lograba concentrarme en pequeños intervalos de tiempo. Además tenía que tener en cuenta el tema de las cámaras, ir vigilante de donde se encontraban y de una forma u otra ir esquivándolas. Algunas veces caminaba muy pegado a otra persona, para que pareciésemos un único sujeto y otras simplemente utilizaba los elementos del entorno para no dar una imagen de cuerpo entero. Supongo que para Ciberteos no podía ser una prioridad la búsqueda de supuestos fantasmas, demasiados recursos, pero sí que saltarían las alarmas en un caso claro.

Entré en un supermercado. Me escondí unas latas y salí con ellas. Me aproveché de que el sistema antirrobo envía una señal a Ciberteos que es el que analiza y realiza la acción adecuada. Nada que temer porque para Ciberteos yo ya no existía.

Después de comer comencé a recuperar las fuerzas y verlo todo más claro. Repasé lo que había pasado y mi cerebro me decía que todavía había demasiadas coincidencias por explicar. Ahora que todos esos neurotransmisores no me anestesiaban el cerebro veía muy claro que no era posible que una enzima mortal cayese casualmente en unos folletos. El delito era claro, solo quedaba saber quién lo hizo y por qué. Y para la primera pregunta tenía un candidato claro: E.H., el líder del partido neoliberal.

Mi cerebro llegó a la conclusión de que debía vigilarle. Tenía que averiguar la razón por la que lo había hecho. Decidí comenzar vigilando su casa. Esperé a que llegase de trabajar y una vez que me hube asegurado de que pasaría la noche allí, me fui a dormir a un parque cercano. De madrugada me acerqué hasta la casa de nuevo. A las ocho de la mañana vino una limusina a recogerle y yo me quedé viendo como se iba. Necesitaba un vehículo para seguirle.

Un coche estaba descartado. Era imposible deshabilitar el localizador. Así que una bicicleta era lo más factible. Debía ir a una tienda, las bicicletas de exposición eran las únicas que no tenían instalado todavía el localizador.

Primero conseguí una sudadera con capucha en una famosa tienda de ropa deportiva. Con ella podría cubrirme la cabeza para evitar el reconocimiento facial en las cámaras de la tienda. Afortunadamente llovía y no era extraño ir con ella puesta.

Según entré localicé todas las cámaras y evité que me grabasen de frente. Ojeé las bicicletas que había y me subí en una como para probarla. Salí con ella ante la estupefacción de los dependientes. Aunque me reconociesen, no sabrían donde buscarme.

Los días siguientes estuve siguiendo a E.H. por toda la ciudad. Las elecciones se acercaban y tenía una agenda realmente apretada. Entrevistas en radio, televisión, prensa, mítines... Nada destacable. Salvo que se reunió un par de veces con el pelirrojo conspiranóico, el rojo y que visitó la imprenta. Se confirmaba que sabía de su existencia.

Eso me hizo pensar. ¿Qué razones podía tener para matar a esas personas salvo querer desprestigiar al polvo inteligente? Pero ¿por qué iba a quererlo el partido neoliberal, el mayor defensor del polvo? Y entonces tuve una iluminación. Me acordé de lo que había dicho el pelirrojo, eso de que el polvo había hecho a las personas más conservadoras, menos arriesgadas. ¿Eso no afectaría también al tejido empresarial? ¿No asumían los empresarios un riesgo cada vez que creaban una empresa? ¿Y no perjudicaría el polvo, por tanto esa actividad emprendedora? ¿Sería esa la razón para querer eliminar el polvo?

Y antes de que pudiese buscar alguna prueba que corroborase mi tesis, todo se precipitó. Fue el día antes de las elecciones. E.H. se paseó por varios colegios públicos de la ciudad. Al principio no caí, pero cuando llegó al cuarto me di cuenta de que eran colegios electorales. ¿Por qué los visitaba? No podía ser casualidad. Y si... y entonces me di cuenta, doctor. ¿Y si estaba comprobando que las papeletas de voto contenían la enzima? ¿Y si lo que buscaba desde el principio era que varias personas muriesen durante las elecciones? ¿No sería ese el golpe definitivo para el polvo?

Ya tenía quién y por qué. Ahora me quedaba pararlo.

Mientras estuviese con sus guardaespaldas poco podía hacer, así que volví a la casa donde vivía para esperarle. No paré de andar en círculos para calmar los nervios, pero no lo conseguí. El caso era demasiado grande, demasiado importante como para no estar nervioso. Y lo peor es que muchas vidas dependían de mí, de que lograse evitarlo. Y entonces la bestia despertó. Hibernando como estaba volvió a retorcerse bajo mi piel. Y ahora no tenía a Ciberteos para controlarla. Según pasaron las horas de espera, la sed se volvió obsesión. Comencé a sudar.

E.H. llegó a su casa. No pude esperar a que se fuesen a dormir. Me colé por una ventana de la cocina. El polvo nos ha hecho imprudentes.

Él y su mujer estaban en el salón viendo el holovisor. Ella gritó cuando me vio. Él se quedó petrificado cuando vio mi cuchillo. Sus hijos bajaron por la escalera. No tenían más de ocho años. El padre les dijo que volviesen a la cama, que no pasaba nada.

Noqueé a la mujer de un fuerte golpe en la cabeza. No podía arriesgarme a que avisase a Ciberteos mientras me ocupaba de su marido, que obedeció mis órdenes sin rechistar.

Le até a una silla. Comencé a dar vueltas alrededor de ella.

—¿Qué quieres de mí, Jack? —me preguntó asustado.

Me puse a escasos centímetros de él, nariz con nariz y le miré fijamente.

—No me llames Jack, tú y yo no somos amigos, ¿me entiendes?

—Lo-lo-lo siento.

—¿Tú qué crees que quiero? ¿No te imaginas lo que quiero? He descubierto vuestro jueguecito —le dije pasándole el filo del cuchillo por la cara. Quería intimidarle.

—¿Qué juego, Ja...? ¿De qué juego me...

Le solté un puñetazo en la cara. Utilicé la mano en la que tenía el cuchillo y casi le saco un ojo. Lo dejé encima de la mesa. No quería hacerle daño. Por lo menos no todavía.

—¿Crees que soy idiota? ¿Lo crees? Podéis engañarles a ellos, pero no a mí.

—Jack, por favor...

Le volvía a golpear la cara. Esta vez le rompí el labio.

—Sé lo que vais a hacer. ¿Cuántos van a morir? ¿Un uno por ciento? ¿Un dos por ciento de los votantes? ¿Solo serán votantes de izquierda los que morirán? No creo que seáis tan estú...

—Jack déja...

Le amenacé de nuevo con el puño y se cayó de inmediato. Me situé detrás de él.

—No lo entendía al principio, pero ahora me doy cuenta de que esas muertes, las de los de Izquierda Racional, ¿eran solo pruebas, verdad? Estabais probando que la enzima funcionaba, ¿no?

Guardé silencio para que hablase.

—No sé de que hablas —me dijo intentando volverse para mirarme—. ¿Por qué iba a matar a nadie? ¿Qué sentido tiene eso? Jack, te lo suplico...

Escupió sangre en el suelo.

—Enmierdar al polvo y poner a la opinión pública en contra. Eso es lo que buscas. Unas pocas muertes no bastarían. Pero si son muchas y durante las votaciones, la gente no lo dudará. Presionarán hasta que lo eliminen de su sangre. Sabes que será así.

—¿Y por qué iba a querer eliminar el polvo? Nosotros fuimos sus promotores.

—No juegues conmigo. Te lo advierto. ¡No juegues conmigo! ¿Creías que no lo descubriría? ¿Creías que no me daría cuenta de que el polvo está afectando a los empresarios cuyo número es cada vez menor? Quiero que pares esto, que hagas algo para que mañana no vaya nadie a votar. ¡Quiero que confieses!

Le di otro puñetazo, esta vez en la otra mejilla.

Se vomitó encima.

—Haré lo que quieras, lo que me pidas —dijo temblando—. Pero es una locura. Si fuese verdad, ¿no sería mejor denunciarlo y reprogramar el polvo? ¿No sería eso más fácil que matar a nadie?

—Tienes una respuesta para todo, ¿eh? Por eso sois políticos, ¿verdad?

—Jack, por favor. Sabes que tiene sentido. Tu cerebro te lo está diciendo ahora. Escúchale.

Yo estaba sudando como un pollo y al mismo tiempo que sentía escalofríos. Me desplomé sobre un sillón y comencé a golpearme la cabeza con los puños cerrados.

—Matar a alguien para parar el polvo es algo muy extremo, ¿no? Entonces tiene que haber otra explicación, tiene que haber otra.

Me golpeé más fuerte la cabeza.

—Ojalá estuvieses ahí, James. Como una voz en mi cabeza. Tú me dirías lo que hacer. Tú sabes siempre lo que hacer. ¡Aggggggggg!

Grité furioso y me abalancé sobre él de nuevo.

—Sé que tú los has matado, ¿por qué, por qué, por qué? ¡Dime por qué! —le golpeé la cara sucesivamente con los puños. No le dejé decir ni una palabra.

Cuando volví a mirarle la sangre manaba por todo su rostro y tenía los ojos hinchados. Parecía que había perdido la consciencia.

Fui al baño a lavarme las manos. Me mojé la cara. Miré mi rostro en el espejo y reflejado en él, de fondo, se veía el frigorífico. Y entonces lo comprendí.

Fui hasta el salón y le levanté la cabeza cogiéndole del pelo.

—Ya sé lo que pasó, ya sé lo que buscabais —cogí aire—. ¿Te gusta la ciencia ficción? No claro que no. Entonces no has leído La pared de hielo. Te lo recomiendo. Ahora todo tiene sentido.

E.H. me miró pidiendo clemencia.

—¿Para que ibas a comprar todas las imprentas de la ciudad? Pues estaba claro: para asegurarte de que erais vosotros los que imprimíais las papeletas de los votos. Así podías manipular las elecciones. ¿Cómo? Sencillo: con una sustancia que fuese capaz de modificar el voto. Tal vez ni eso. Solo necesitabais algo que hiciese inclinarse el voto hacia un lado u otro, ¿no? Un pequeño empujón. Eso es lo que hacía la enzima, ¿verdad? Consigue que los indecisos os voten a vosotros, ¿no? Es eso, ¿verdad?

—Jack, por favor...

Le volví a golpear. No creo ni que sintiese ya la cara.

—Te he dicho que no me llames, Jack. ¿Y qué eran esas muertes, nada más que accidentes? Sujetos de prueba que salieron mal. Pero si conseguíais que un setenta u ochenta por ciento de los indecisos os votasen, ¿no os daría para ganar las elecciones?

—Por favor, es más loco que... ¿Cómo va a causar una enzima el voto?

—¿Causa? Qué más da. Vivimos en la época de los datos masivos, la causalidad es un mito, solo necesitabais una correspondencia entre la enzima y la gente que modificaba su voto. ¡Ojalá pudieses oírme, James! ¡Todo ha sido un engaño para ganar las elecciones! Y ahora —le dije mirándole fijamente a la cara— vamos a impedirlo.

Cogí la navaja de nuevo y se la mostré.

—Por favor, por favor, por favor. Escúchame, escúchame —casi no podía hablar —. Hay alguien que quiere hablar contigo: es James.

—¿Qué?

—Sí, por favor, escúchale. Me está hablando en el endocomunicador.

—¿Qué truco es este? Si quiere hablarme, sube el volumen y que yo lo oiga.

—N-n-no puedo.

—¡Te dije que nada de trucos!

—¡No! Mi endocomunicador es última generación, va conectado directamente a mi nervio auditivo. Nadie puede escucharlo.

—Te arrancaré la oreja para comprobarlo.

Me acerqué a él blandiendo la navaja

—Jamesdicequelapolicíavacaminodelacasa, dicequeteentregues. Dice que es tu homúnculo favorito. ¡Por favor tienes que creerme! —dijo entre lágrimas.

—James, ¿eres tú, homúnculo? ¿Has oído? Es todo para ganar las elecciones, lo es.

—Dice que ha conseguido pruebas, de la conspiración. Que tenías razón. Pero que te entregues.

—Gracias a dios, no estaba loco. ¿Lo ves? ¡No estaba locooooo!

La policía rompió la puerta de una patada. Me lanzaron una descargar eléctrica que me hizo caer al suelo redondo. Desde allí vi como sus botas desaparecían ante mis ojos y la inmensidad del abismo se abría ante mí.

Informe de ingreso
Centro psiquiátrico Michael Gazzaniga
Anexo Q del Informe Miller

El día 4 de septiembre del 2053 fue ingresado el paciente Jack Miller desde las dependencias policiales. En el informe psiquiátrico que se le realizó allí (Anexo R del presente informe) se señala que el paciente sufrió un episodio de delirio debido a la abstinencia del alcohol y a la extracción de la Red de Nanosensores Inalámbricos para la Monitorización e Intervención que realizaba las tareas sustitutivas. Este episodio le llevó a secuestrar y golpear casi hasta la muerte a E.H.

Jack Miller llegó a este centro todavía visiblemente alterado y amenazando físicamente a los ATS, por lo que se le administró un sedante. El chip de control continuo también había sido arrancado por lo que se recomienda un seguimiento en los días siguientes para evitar un nuevo episodio, así como la administración de sedantes hasta que se cultive el nuevo biochip y se le inocule una nueva red de nanosensores.

Tan pronto como su estado se lo permita se le someterá a un examen psiquiátrico protocolario, tanto de test de narración como de informes neuronales, para determinar con exactitud el grado y origen de esta psicopatía. Solo una vez valorados estos se podrá determinar la responsabilidad penal derivada de los crímenes que cometió.

Firmado: Bruce Rosenberg, neurólogo jefe.

Trascripción literal de la entrevista de Jack Miller con E.H.
Centro Psiquiátrico Michael Gazzaniga
30/10/2053
Anexo R2 del informe Miller

A petición expresa de E.H. se le concedió una entrevista monitorizada con el paciente Jack Miller. Se pospuso la toma de la medicación del paciente también por petición suya.

Esta conversación es una trascripción del audio de esa entrevista.

E.H.: Me han dicho que estás ya mejor. Que evolucionas favorablemente y que pronto podrán injertarte el chip.

J.M.: ¿A qué has venido? ¿A restregarme tu victoria en las elecciones? Solo demuestra que yo llevaba razón.

E.H.: No amigo. De eso fuiste tú el culpable. Que me secuestrases horas antes de las elecciones, en mi casa, con mis hijos creó cierta simpatía hacia mí y muchos indecisos me votaron a raíz de ello. Pero no vengo a hablar de eso. Solo vengo a perdonarte. Sé que fue tu cerebro el que te obligó a hacerlo.

J.M.: ¿Sabes qué, politicucho? No soy el único que sabe de vuestro plan. Gene también lo conoce y estoy convencido de que podrá demostrarlo antes o después.

E.H.: ¿Te refieres a ese que te enviaba correos y que parecía que sabía todo lo que tú pensabas? Rastrearon sus correos. Fueron enviados desde una cuenta que tú mismo habías abierto, probablemente de forma inconsciente.

J.M.: ¿Y James? Él te llamó cuando me ocupaba de ti. También lo sabe todo. ¿A él también le callarás?

E.H. Lo siento, Jack. Puedo llamarte Jack, ¿verdad? Me lo inventé. Tenía miedo, quería ganar tiempo y me lo inventé. Te oí hablar de James y deduje que era alguien con quien hablabas. Tu amigo invisible. Así que me inventé la llamada a mi endocomunicador. ¿Me perdonas haberte mentido, verdad?

J.M.: Tienes respuestas para todo, ¿eh politicucho? Pues respóndeme a esto. ¿Sabes lo que es un homúnculo?

E.H.: No he oído esa palabra en mi vida.

J.M.: Me lo imaginaba. Es esa voz interior que llamamos conciencia. Y en tu caso esta te ha traicionado. Hasta luego, politicucho.

Fin de la trascripción.

Extracto de la trascripción de la conversación del neurólogo jefe con el paciente Jack Miller tras su diagnóstico
8/01/2054
Centro Psiquiátrico Michael Gazzaniga
Anexo U del informe Miller

—¿Así que eso es todo?

—Señor Miller, es lo mejor para todos. Así además evitará ir a la cárcel.

—Ya, a costa de estar en el mundo de los lobotomizados.

—No se le va a practicar...

—¡Déjese de mierdas! Sé lo que hace el polvo inteligente con los locos. ¡Es peor que una lobotomía!

—Nadie ha dicho que esté loco.

—¿Pero han leído mi informe?¿De verdad que alguien ha leído mi informe?

—Lo hemos leído minuciosamente, pero aún así...

—Ya, han estimado que no decía la verdad.

—Estaba lleno de inconsistencias.

—¡Ya puse en el informe que no me acordaba bien del orden de los sucesos! ¿Es por eso?

—No, no solo. Había muchas otras inconsistencias de las que ni tan siquiera usted era consciente.

—¿Ah, sí? ¡Dígame una! ¡Le reto a que me nombre una!

—No creo que deba, pero si insiste... Al final de la tercera parte de su informe, dice que Ciberteos le produjo una cataplejía, lo que es confirmado por nuestros datos.

—¿Entonces?

—Sí, pero cuando su amigo James le introduce en el coche, asegura que le dice a él que el vacío era muy grande. Si tenía una cataplejía era imposible que hablase.

—Vale, de acuerdo hay cosas que no recuerdo bien o que he adornado, pero ¿alguien ha investigado lo que digo? ¿Alguien se ha molestado?

Silencio.

—¿Han visto la entrevista que tuve con ese usurpador?

—¿Se refiere al señor G.? Sí, lo hemos hecho, pero no cambia nada.

—¿Ve? No soy el único que reinterpreta las cosas a su conveniencia, ¿verdad? Se lo avisé. Debían leer mi informe apartando todo prejuicio, pero eso es imposible, ¿verdad, doctor? Sólo lo han leído para buscar pruebas que justificase su diagnóstico.

—No creo que...

—No importa. Ya le dije que lo entendía. Tenemos que rellenar los vacíos, los huecos en la narración y eliminar aquello que no sea coherente con nuestra visión. Al fin y al cabo ¿acaso no somos un conjunto de retazos que intentamos zurcir de la mejor manera posible?

Carta de Jack Miller encontrada el día de su desaparición
10/01/2054
Anexo Y del informe Miller

Hola, amor. Hace tanto que no te escribo que debes pensar que ya te he olvidado. Nada más lejos de la verdad.

Últimamente he hecho cosas terribles. Dicen que debido a ti, pero es al contrario, gracias a ti me propuse hacer lo correcto.

Y debo hacer lo correcto una última vez. Debo parar a ese usurpador que ha conseguido encerrarme aquí. Debo pararle yo porque nadie más sabe lo que ha pasado.

Este mundo no se merece a alguien como él que utiliza palabras sin saber lo que significan. ¿Acaso se creía que me podía engañar?

Lo tengo ya todo preparado. Llevo varios días sin tomar ni una pastilla y he recuperado la claridad. Sí que me cuesta contener a la bestia y engañar a los médicos no ha sido fácil, pero todo sacrificio es poco por hacer lo correcto. Dentro de tres días me injertarán el chip por lo que me escaparé esta noche.

Necesito hacer lo correcto, lo necesito porque no puedo olvidarte. Aunque quisiera.

Sí quiero olvidarte. Lo he intentado. No tengo fotografías, ni recordatorios que me unan a ti. No eran más que anclas al pasado que me obligaban a volver atrás una y otra vez.

Y casi lo consigo hace unos días. Olvidé tu rostro: cada una de las pequeñas arrugas que salían alrededor de tus ojos al reír, la forma despreocupada de tu sonrisa cuando me querías engatusar e incluso olvidé el color esmeralda de tu iris. Había olvidado todo sobre ti y lloraba desconsolado. Y entonces desperté y me di cuenta de que todo había sido un sueño, de que todavía recordaba hasta la cadencia de tus dedos al repiquetear la mesa cuando te enfadabas. Recordaba todos y cada uno de los detalles que formaban parte de ti y que formarán parte de mí hasta mi muerte o que la alegría del olvido me lleve. Entonces lloré de verdad. Porque tu presencia me es tan insistente que me duele el alma.

Sí, el polvo inteligente fue un buen invento. De hecho consiguió llenar muchos huecos: mi compulsión a comprar cualquier edición de Nietzsche, mi obsesión por leer todo relato de ciencia ficción que cayese en mis manos, cierta tendencia a la violencia, los vacíos dejados por el alcohol... Pero como me dijeron una vez, el polvo inteligente no es la solución a todos los problemas de la humanidad.

Por eso espérame mi amor, porque pase lo que pase, tanto si consigo mi objetivo como si no, estate segura de que muy pronto estaré junto a ti. Y así, por fin apagaré de una vez este incesante horror al vacío que se encuentra entre los retazos de tu ausencia y que jamás he sido capaz de remendar.


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FIN
© Javier Castañeda de la Torre, 2015 (6.912 palabras)
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© Javier Castañeda de la Torre, (6.859 palabras) Créditos

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