Informe Miller 3/4
8/11/2053
Centro psiquiátrico Michael Gazzaniga
Al día siguiente me despertó la llamada de Kevin, el neurólogo forense que había realizado la disección del cerebro de S.R. Tenía algo para mí. Fui de inmediato.
Estaba lloviendo, aún así llegué en los dieciocho minutos y treinta segundos que Ciberteos había calculado al principio del viaje con un margen de error del quince por ciento.
Entré nervioso en el laboratorio. Kevin miraba un monitor.
—Hola señor Miller. Ha sido rápido.
—¿Qué tienes para mí? —le pregunté sin demora.
—Verá, no sé si es algo. Pero... Mire aquí.
Me enseñó el monitor lleno de enlaces químicos que no entendía.
—¿Ve esto?
Me encogí de hombros.
—Es un aminoácido dextrógiro.
—¿Y?
—Que son muy raros de encontrar en la naturaleza. Por lo menos mucho más raros que los levógiros. Por eso el polvo inteligente no lo reconoció. Es dextrotirosina, se encontraba en enormes cantidades en su cerebro y no sé cómo ha llegado ahí. Al principio pensé que podía haber sido inoculado de alguna forma en el sujeto. Pero he buscado información de algún laboratorio que haya podido producirlo y no he encontrado nada en la red.
—Entonces, ¿podría ser una creación muy reciente o secreta?
—No nos adelantemos. Como la tirosina se debía haber introducido por algún canal examiné el cuerpo más en detalle y encontré que en los dedos pulgar e índice de la mano derecha tenía una ligerísima abrasión.
—¿Y no lo habías visto antes?
—Era casi imperceptible y siendo un caso de epilepsia que parecía claro...
—Entiendo. ¿Y qué quiere decir eso?
—Pues que casi con toda seguridad esos dedos fueron el canal de entrada de la sustancia. Tras un raspado de los dedos lo mandé a analizar y descubrieron restos de tinta azul y otro elemento muy curioso que no esperábamos, una enzima desconocida.
—Estoy a punto de perderme.
—El cuerpo humano produce determinados aminoácidos a través de una enzima. Es decir, que no hace falta introducir dextrotirosina en el cuerpo sino esta enzima que se encargaría de producirla. Y dado su tamaño era necesario producir una pequeña abrasión en la piel para que esta lo absorbiese.
—Entonces alguien introdujo esa enzima en su cuerpo a propósito.
—Es todo muy especulativo, pero eso parece.
Me enseñó de nuevo la pantalla con lo que parecía un enlace químico en tres dimensiones.
—Esta es la enzima. Es muy pequeña y tiene una alta actividad molar por lo que unas pocas enzimas serían suficientes para realizar el trabajo. El siguiente paso era buscar en la red si alguien se había anotado su descubrimiento y encontré que el laboratorio Biolab la había creado hace cinco años.
—De acuerdo. Hasta ahí lo entiendo. Pero ¿esta dextrisina o como quiera que se llame es la que produjo el ataque epiléptico?
Kevin se encogió de hombros.
—No tengo ni idea de los efectos que puede tener un aminoácido nuevo en el cerebro, salvo experimentando, así que podría ser el causante o no.
—¿Y no has comprobado si los otros casos de epilepsia presentaban lo mismo?
—El problema es que hace tiempo que murieron, ya han sido enterrados y es imposible encontrar restos para realizar cualquier análisis. Eso suponiendo que algún juez permitiese la exhumación de los cadáveres. Solo podría comprobar otro caso de hace un par de semanas del que todavía conservo algo de tejido cerebral. Si hay suerte podría hallar algo.
—Pues hazlo y en cuanto tengas los resultados contactas conmigo.
Me fui de allí con la sensación del trabajo bien hecho. Mi búsqueda que había nacido por la necesidad de saber por qué había muerto y una intuición, se estaba convirtiendo en un caso de homicidio. Al fin y al cabo nadie pone una enzima en el cuerpo de otro por casualidad.
Además yo sabía de donde provenían los restos de tinta azul que encontraron en sus dedos: del folleto de Izquierda Racional, lo que hacía mucho más plausible la hipótesis de que alguien quería a esos militantes muertos. ¿Quién y por qué? Esa era otra pregunta.
Debía seguir investigando y ahora tenía un par de pistas que seguir.
La primera de ellas era encontrar el folleto que S.R. había tenido en sus manos antes de morir, pero me fue imposible localizarlo. Había tan pocos crímenes y la policía poseía tantas variables de control tales como el registro de todos los neurotransmisores del cerebro, que el trabajo de campo se había vuelto chapucero. O no se conservó ese folleto a pesar de que en un primer momento la investigación se realizó suponiendo que podía haber sido un homicidio o alguien lo había hecho desaparecer a propósito.
Mi siguiente paso fue buscar otros folletos iguales para comprobar si allí estaba la enzima. No me fue difícil reunir algunos y llevarlos a analizar. Pero para mi desgracia ninguno dio positivo en la enzima ni en ningún ácido que pudiese provocar las lesiones en el dedo. Lo que si se pudo establecer es que los restos de tinta azul eran los del folleto, algo que no debía sorprenderme pues había visto como lo manoseaba segundos antes del ataque. Yo también lo había tocado pero a mí no me había afectado. Desgraciadamente era casi imposible analizar si en mi cerebro se hallaba la presencia de la enzima. En caso de poder sacar una muestra de él, cosa nada fácil, la enzima seguramente ya se habría destruido. Por lo que la primera pista no me conducía a ningún sitio más. Necesitaba seguir la segunda pista.
Sí, ya sé comecocos lo que estará pensando, que en este momento la necesidad de justificar la muerte de S.R. para aliviar mi culpa se estaba convirtiendo en una obsesión. ¿Ve cómo le conozco? Y sí, si tenía tantas sospechas y pruebas lo lógico hubiese sido dejar el caso en manos de los detectives de la policía, pero como le dije no tenía muchos amigos en el cuerpo tras el caso unplugged por lo que enseguida lo archivarían y nadie se lo reprocharía. Y lo que era peor, no olvide que ya había sido ingresado en un psiquiátrico una vez y para algunos eso significaba que no estaba muy cuerdo. Tenían muy fácil tirar mi reputación por la borda y no les iba a dar esa oportunidad. Sí, claro que tengo una excusa para todo. Estoy seguro de que también tiene algún nombre clínico rimbombante para ese comportamiento. Como trastorno delirante, ¿no llamó así a mi mente hiperactiva producto de mi adicción al alcohol? Trastorno delirante, un estúpido eufemismo para no decirme a la cara que creía que estaba loco.
Volví a mi apartamento a buscar información en la terminal de Precrimen. Ese laboratorio era mi segunda pista y debía conducirme a algún sitio si no quería quedarme varado. Encontré toda su historia. Se había creado en el dos mil veinte, centrado fundamentalmente en la búsqueda de una cura contra el cáncer. Su primer objetivo fue la localización de las células cancerígenas a través de marcadores tumorales y en una segunda fase se pusieron como meta la programación de virus (modificando su ARN) para reprogramar o atacar esas células. En el año dos mil treinta y tres habían encontrados los marcadores del ochenta por ciento de los tipos de células cancerosas y un éxito del setenta por ciento en la creación de virus artificiales capaces de revertir el estado de esas células. Lo que hacía prever que Biolab, según la revista Forbes, se convertiría en diez años en una de las empresas más importantes y financieramente más rentables del mundo occidental. Todo si no hubiera sido por la aparición del polvo inteligente que podía hacer ese mismo trabajo de localización y de eliminación de esas células a través de los nanobots. Una tecnología que corría a cargo de los presupuestos del estado y que obstaculizaba cualquier intento de Biolab de rentabilizar su inversión. Debido a esto, Biolab denunció ante el tribunal de la competencia la intromisión del estado en el mercado de la salud, un largo litigio que estuvieron a punto de ganar, pero que finalmente fue desestimada por considerarse que el polvo inteligente sí era competencia del estado puesto que era un problema de salud pública.
Pero el polvo inteligente no solo acabó con su negocio del cáncer, sino con otras muchas líneas de investigación como las bacterias modificadas genéticamente para alimentarse de la placa causante de los ataques cardiacos, problema que también resolvió el polvo que la eliminaba con infinidad de minúsculas descargas eléctricas que emitían los nanobots a su paso por la obstrucción. En definitiva, si el polvo inteligente tenía un enemigo natural sin duda era Biolab. ¿Podía ser esa la razón por la que habían creado la enzima, para producir muertes artificiales en los sujetos y que el polvo inteligente apareciera cómo el causante? No tenía sentido eliminar a los de un partido concreto, pero era una línea de investigación que no podía obviar.
¿Se da cuenta cómo poco a poco las piezas iban encajando, comecocos?
Tras la caída en bolsa de la compañía, tres años atrás un holding de empresas se hizo con el control de Biolab. Y ¿sabe quién era el principal accionista de ese holding? E.H., el líder del partido neoliberal. ¿Podía ser casualidad que el dueño de los laboratorios que habían creado la enzima que produjo la muerte de los militantes de Izquierda Racional fuese el jefe de filas del principal partido de la oposición?
Una entrevista se imponía, aunque solo fuese para remover el avispero de nuevo.
No fue fácil conseguir que me recibiese E.H., quería hablar con él personalmente. Me tuve que desplazar hasta un paintball cercano. Allí estaba él preparándose para el combate. Se presentó dándome la mano con firmeza y me pasó un mono protector. Yo rehusé amablemente.
—No hay problema con Ciberteos —me dijo—. Podemos bloquear su control en un momento. Yo ya siento como la adrenalina entra en mi cerebro.
—No... no puedo —repetí.
Un tipo pelirrojo le saludó antes de entrar en el campo de batalla.
—Te espero dentro —le dijo.
—Ahora entro —le contestó E.H. terminando de ponerse el casco.
Se encogió de hombros.
—Bueno, entonces tendrá que esperar a que termine.
Salió al campo dando un grito de guerra. Esta era una de las pocas actividades lúdicas en las que se permitía durante su duración bloquear el control de Ciberteos para que la gente volviese a sentir la alegría del riesgo. Pero para mí significaba la posibilidad de que la bestia se apoderase de mí.
Vi como jugaban. E.H. y era bueno, muy bueno. Parecía nacido para ello. Cuando se adentraron en un campo que mi vista ya no abarcaba cargué en mis hologafas una de las revistas que tenían allí disponibles para los clientes y la hojeé.
El tipo pelirrojo era portada en una de ellas. Hablaba de que los ingresos por juego habían disminuido un setenta por ciento. Una parte de esta disminución era producida porque el polvo había reducido la ludopatía a casi cero. Pero quedaba explicar la otra parte. Él lo achacaba al polvo inteligente, que hacía que las personas tuvieran mayor aversión al riesgo, al controlar Ciberteos estas variables. También daba datos, para avalar su hipótesis, de las inversiones en activos de riesgo, que también habían descendido significativamente. Todo ello para llegar a una conclusión: que el polvo inteligente había sido el arma que utilizaban los conservadores para apagar las llamas de la indignación y la revolución. La gente no solo tenía una mayor aversión al riesgo, lo que provocaba que tuviese más miedo a manifestarse y protestar, sino que ese temor al cambio provocaba que no quisiesen arriesgarse a un cambio de gobierno. Una hipótesis que sería interesante de no ser porque los neoliberales perdieron las elecciones hacía cuatro años estando en el poder.
Terminé de leer el artículo justo cuando E.H. entró de nuevo en la sala.
—Es el mejor sustituto de la caza que conozco —me dijo mientras se quitaba el mono—. Me ducho y podrá entrevistarme en el coche camino de mi casa.
El coche era una limusina. Me ofreció una copa que rechacé. Él bebió un zumo de arándanos.
—¿Y sobre qué quería que hablásemos?
—Estoy investigando un caso, nada serio, cuando surgió el nombre de Biolab. ¿Le suena?
—Biolab, Biolab, ahora...
—Es un laboratorio farmacéutico que pertenece a su holding.
—Ah, sí, ahora recuerdo. Lo compramos hace tres años. Una gran inversión.
—Entonces debo suponer que no sabe nada de una enzima llamada fenilalasa.
—¿La verdad? No sé ni a qué se dedican la mitad de las empresas que compramos. Solo si van a dar beneficios o no.
Parecía que ese camino era un callejón sin salida. Cambié de tema.
—¿Cómo lleva el no poder cazar?
Me miró sorprendido por la pregunta.
—No está prohibido, solo que teniendo a Ciberteos controlando la adrenalina, pierde mucho interés.
—Entonces ¿preferiría que no hubiese polvo inteligente?
—Nuestro partido promovió la ley que lo legalizó y la aprobamos cuando estábamos en el gobierno. No queremos eliminarlo. Hace mucho bien. Lo de la caza no es más que uno de los pequeños inconvenientes fácilmente salvables. Juego al paintball y ya está.
—¿Y ese hombre pelirrojo con el que estaba jugado? He visto su cara en un artículo en el que parecía culpar al polvo inteligente de nuestra desmotivación actual.
—¿Se refiere a M.C., el rojo
? Es un buen tipo y catedrático de universidad, pero entre nosotros, es un rojillo —dijo con sorna—. Está demasiado preocupado de los pequeños problemas del polvo inteligente. No le hagas mucho caso.
En ese punto no sabía hacia donde dirigir la conversación. Mi baza había sido que supiese algo más de Biolab. Y no parecía tener ninguna razón de peso en contra del polvo inteligente por lo que nada le involucraba en esas muertes. Así que decidí ir al grano.
—¿Sabe que hay al año más de cuatrocientas muertes por epilepsia provocadas por el polvo inteligente?
Se encogió de hombros.
—No, no lo sabía. Pero ¿cuántas vidas salva? Más gente muere ahogada en las piscinas y el mar y por eso no dejamos de bañarnos.
El argumento era irrevocable. Muy parecido al que utilizaría yo.
—La verdad es que le concedí esta entrevista por ser quien es, pero no sé qué es lo que pretende.
Él había sido el que me entregó la medalla al mérito por destapar el caso unplugged. En aquella época fui todo un héroe para la prensa y los políticos.
—Lo siento —me disculpé avergonzado—. Ya le dije que era una investigación poco importante. Si puede déjeme en esa esquina.
Nos despedimos y le deseé suerte en las inminentes elecciones. Y la iba a necesitar. Las encuestas le auspiciaban un descalabro todavía más grande que el de las últimas elecciones, salvo que lograse movilizar a los indecisos, algo que estaba lejos de suceder.
Con esa conversación había agotado las dos líneas de investigación que tenía y me quedé sin camino por el que tirar. Ni tan siquiera me animé cuando Kevin me llamó para decirme que en el otro sujeto también había encontrado fenilalasa. Ya había descontado que esas muertes se habían producido por la enzima, por lo que no me ayudaba mucho en la investigación. Me seguía faltando el quién y el por qué. No parecía factible que Izquierda Racional ejecutase miembros de su partido para crear mala fama al polvo inteligente, tampoco parecía que el Partido Neoliberal quisiese que este desapareciese. El único que de verdad parecía que lo quería fuera del mapa era Biolab y ese tipo revolucionario, el rojo
, pero no parecía que tuviese el poder suficiente para llevar a cabo algo así. Lo que me hizo plantearme si que se hubiese contaminado el papel no se trataría de un accidente.
Probablemente hubiese abandonado el caso sino fuera porque me llamó el jefazo a su despacho. No era mi jefe directo, pero sí tenía un rango por encima de mí. Y al contrario que los políticos, este no me apreciaba por el caso unplugged. Su compañero cayó por mi culpa.
Después de un saludo amable, saltó directo a la yugular.
—¿Sabes que realizar una investigación policial siendo un civil es un delito? —me dejó mudo —. Si tienes información sobre algún delito debes comunicarlo y dejar que los agentes adecuados hagan el trabajo. Si no, acosar a políticos con preguntas es la mejor forma de que te encierre.
—Yo... se trata de algo personal y no...
—No eres detective y toda investigación policial que realices es ilegal —se tocó la perilla como reflexionando—. Todavía no puedo demostrar que estés investigando nada, pero comete un desliz y caeré sobre ti con todo el peso de la ley.
Y sabía que lo haría. Si me había avisado en realidad era por tener la oportunidad de echarme una reprimenda. Así que debía tener más cuidado si no quería darles un motivo a todos aquellos que me tenían ganas.
A pesar de todo me marché de allí con una sonrisa en la boca, pues ahora sabía que en el avispero había avispas.
Aunque seguía en un callejón sin salida. No sabía por donde tirar. Durante un par de días estuve a la espera, recopilando información hasta que recibí un email en mi endocomunicador. Lo voz robótica me lo leyó: Asunto: Sin asunto. Remitente: Gene. Cuerpo del mensaje: ¿No te has preguntado qué otras empresas forman parte del holding? Fin del mensaje
. Me puse las hologafas y busque la dirección de e-mail asociada a ese nombre, Gene, pero no encontré nada. ¿Quién me enviaba ese mensaje? ¿Cómo sabía lo que buscaba? ¿Por qué no me lo dijo en persona? Muchas preguntas y en ese momento ninguna respuesta. Pero lo importante era que me había puesto sobre la pista de nuevo.
Sí, ya sé lo que está pensando, comecocos. Siempre que me encuentro en un callejón sin salida aparece algo que me vuelve a poner de nuevo en marcha. Que casualidad, ¿verdad? Pues no se crea tan listo. Es posible que el mensaje lo recibiese antes de la entrevista con el jefe de policía o incluso antes de mi entrevista con el candidato del partido neoliberal. Es más, incluso ese dato pudo ser el que me condujo a entrevistarme con él. ¿Realmente es tan importante? Y la verdad, ¿quiere que le sea sincero? No lo recuerdo. Es posible que mi cerebro haya maquillado un poco el orden de lo ocurrido. No se olvide que tenemos tendencia a lo apolinio. Pero no se queje por eso. ¿Al fin y al cabo no quería una narración más ordenada, menos caótica? Pues ahí la tiene. Y no se preocupe porque aunque mi cerebro puede estar embelleciendo un poco las cosas tanto ese mensaje como todo lo que he contado ocurrió realmente.
Así que al recibirlo, fuese antes o después, me puse a revisar las empresas que formaban parte del entramado, pero ya no lo hice desde la terminal de Precrimen. El aviso del jefe de policía me había servido para algo. ¿Y sabe qué? Encontré lo que buscaba: entre todas las empresas del holding había una imprenta. Puede parecerle anecdótico, pero ¿sabe cuantas imprentas quedan en la época de las revistas digitales? Pues sí, ahora solo una porque en los últimos dos años Panta Holding se había dedicado a comprar las tres que existían y había convertido el sector en un monopolio. Y ya se habrá dado cuenta de lo que ocurría. No había que buscar mucho más, pues siendo la única imprenta estaba claro quien había impreso los folletos que contenían la enzima. ¿Acaso no lo ve, comecocos? ¿Se convence ya de que estaba tras la pista de algo o cree que esto era otra casualidad?
Me dirigí a casa. Necesitaba descansar. Durante el camino en coche Ciberteos soltó un poco de dopamina y bloqueó la recepción de adenosina en mi cerebro para que no me durmiese conduciendo. Pero no hubiese sido necesario. En la retrocámara un coche llamó mi atención. Se movía en zigzag entre el tráfico. Iba cambiando de carril para adelantar a los coches que iba encontrando, superando claramente el límite de velocidad. Era un Mercedes Giant que se acercaba al mío como una flecha a la diana. Yo estaba adelantando por la izquierda a un coche que a su vez adelantaba a otro por el carril más a la derecha, por lo que el Mercedes tendría que reducir la velocidad si no quería embestirme. Y sabía lo que eso significaba para el que conducía un vehículo así: que se situaría detrás de mí y me empezaría a azuzar para que le dejase pasar. No tenía tiempo ni ganas así que le denuncié directamente a Ciberteos antes de que supusiese el mínimo peligro para mí. En cuestión de segundos reduciría la velocidad de su coche y entonces vería cómo su figura se perdía entre el tráfico.
Pero el Mercedes en vez de alejarse, cada vez se acercaba más y más rápido hasta que se situó detrás de mí a escasos metros. No quería ningún conflicto así que pensé que en cuanto terminase de adelantar me situaría en el carril derecho dejándole pasar. Pero no me dio tiempo.
El Mercedes me embistió por detrás. Choqué lateralmente con el coche de mi derecha y fui lanzado hacia la izquierda donde la mediana me esperaba. Salieron chispas cuando roce el lateral con ella. Frené casi en seco y el Mercedes volvió a golpearme por detrás. A él seguro que no le pasaría nada, ese coche era como un tanque, pero yo salí disparado hacia delante como una bola de billar. Durante décimas de segundo sentí miedo. Rápidamente fue eliminado por Ciberteos. ¿Por qué no se daba la misma prisa en pararle a él?
Mi coche dio una vuelta sobre sí mismo y se quedó cruzado en medio de la autopista. En seguida Ciberteos paró todos los coches que venían y se encontraban en un radio de doscientos metros. En cambio el Mercedes siguió y desapareció por una salida adyacente.
Pude arrancar el coche de nuevo e irme de allí. Estaba dañado atrás y en el lateral, pero el motor no estaba afectado. Dejé el coche en el primer sitio que encontré según salí de la circunvalación.
Mandé un mensaje a James para que se reuniese conmigo debajo de un puente que le indiqué y apagué el endocomunicador. Si me habían hackeado no quería que escuchasen lo que iba a decir.
Esperé durante más de una hora debajo de esa construcción de hormigón a la salida de la ciudad. Fue un proyecto que como tantos otros se había quedado incompleto. Ahora era lugar de reunión de los sin techo. A unos metros de mí un grupo se calentaba junto a un bidón flameante.
Quedé allí por algo que S.R. me había dicho. Sabía mucho del polvo inteligente, y aunque seguro que algunas cosas eran leyendas urbanas, otras me mostró que eran reales. El polvo inteligente emite pequeñas señales que son recogidas por el CCC que las amplifica y de ahí se mandan a Ciberteos. Pero si el chip fallaba, en principio la señal del polvo era demasiado débil para ser recogida por ningún repetidor. Pero mezclado con el asfalto, el cemento y ladrillos de los edificios hay también millones de partículas de polvo inteligente que sirve para controlar cuántos coches pasan por allí, la temperatura y humedad de la estructura... Y estas partículas también se pueden conectar al polvo que corre por nuestras venas y sucesivamente ir trasmitiendo una señal hasta llegar a la antena más cercana. Por lo que incluso si el biochip fallase podría localizarse a alguien. Pero S.R. conocía puntos muertos en la ciudad donde en caso de fallar el chip, la señal no alcanzaría una antena. Mi chip funcionaba perfectamente, pero me sentía algo más seguro en esa zona subcontrolada.
Me estaba helando los pies. Después de una hora de espera finalmente James llegó con su coche. Se bajó de él y vino directo hacia mí.
—Espero que tengas una buena razón para sacarme de la cama a las dos de la mañana.
Le miré a los ojos para ver su reacción.
—¿Si te cuento algo me aseguras que podré confiar en ti?
—¿A qué viene tanto misterio, Jack? No te había visto así desde...
—¿Puedo confiar en ti? —le repetí.
No hizo falta que me contestase.
—Apaga tu endocomunicador. No me arriesgaré a que esté pinchado.
Le conté todo lo que sabía hasta ese momento: que alguien había puesto una enzima en los folletos publicitarios del partido Izquierda Racional y que esta había causado la muerte por epilepsia a varias personas. Que tanto el laboratorio que creó la enzima como la imprenta de esos folletos pertenecían al mismo holding, cuyo dueño era el líder de los neoliberales, el partido de la oposición.
—El crimen está claro y cómo lo habían hecho, pero todavía me falta encontrar el móvil y lo que es más importante: quién está detrás de todo esto.
En ese tiempo James me escuchó sin decir ni una palabra ni hacer un mal gesto. Pero según terminé su cara se descompuso como si fuera de gelatina.
—¿Te has vuelto loco? ¿No te has parado a pensar que tal vez sean coincidencias? Sí, ya sé que son muchas, pero de alguna de ellas ni tan siquiera estás seguro. ¿Acaso has encontrado un folleto que contuviese la enzima? Muchas de esas supuestas casualidades son meras conjeturas. Y como tú mismo afirmas: ni conoces el móvil ni quien lo ha podido hacer. ¡Joder, Jack! Que te estás jugando tu carrera.
Respiré profundamente. No esperaba menos de mi amigo. Se preocupaba por mí y sacar a la luz cualquier contradicción que pudiese hallar era su forma de demostrármelo.
—Sabía que reaccionarías así. Por eso no te había dicho nada hasta hoy. Pero hay algo más. He estado haciendo preguntas incómodas aquí y allí, removiendo el avispero y hoy ha ocurrido lo impensable. Me han intentado matar.
—¿Qué? ¿Quién?
—No lo sé porque tenía los cristales tintados y no se podía reconocer la cara en el video. Y la matrícula no me ha arrojado ningún resultado.
—Pero ¿cómo ha sido? Cuéntame todos los detalles.
Lo hice con precisión y minucia. Estaba seguro de que me iba a creer.
—Jack, sé que te será difícil de asimilar y no digo que no tengas razón, yo no estaba allí, pero... ¿no es posible que ese coche chocase contigo por error la primera vez y después al tener que frenar te embistiera de nuevo? Piénsalo solo un segundo. Tiene sentido.
—¿Y entonces por qué Ciberteos no lo paró cuando lo denuncié? ¿Y por qué es el único coche que siguió funcionando cuando me quedé cruzado? No. Ese Mercedes no podía ser controlado por Ciberteos. ¿Y quién tiene tanto poder para poder escapar al poder de Ciberteos? Esto no es un juego, James. Se necesita mucha gente poderosa para conseguir algo así.
—¿Y si fuese un coche diplomático? Tal vez ellos no estén controlados. Eso lo explicaría todo.
—¿Quién está especulando ahora, James?
Tomó aire con fuerza.
—Vale. Haremos lo siguiente. Vamos a casa. Necesitamos descansar. Yo mañana busco información de ese coche y después tomamos una determinación, ¿te parece?
Asentí con la cabeza. Me monté en su coche y me dejó en mi casa. Me despedí de él como un ama de casa cuando su marido se va a trabajar. Y en cuanto dobló la esquina me fui en dirección contraria.
Sabía que no me había creído. No le culpo. Tal vez si yo no lo hubiese vivido también sería reticente.
Me dirigí a las oficinas de Paper S.A. Entrar en los laboratorios era una tarea imposible, por lo que la imprenta era la elección más lógica para intentar encontrar algo, una prueba definitiva que pudiese enseñar a James y no ofreciera duda.
Di un largo rodeo hasta que llegué al polígono industrial donde se encontraba la empresa. Esta estaba rodeada por una valla de unos cuatro metros y por lo menos dos cámaras de movimiento por zona, por lo que si intentaba saltarla no llegaría a poner un pie en el otro lado sin que me detuvieran. Así que tenía que buscar una forma de eludir el control de la entrada.
No tuve que esperar mucho. Llegaban camiones con frecuencia matemática. Estos se paraban ante la caseta de control donde un guarda de seguridad estaba apostado, más como un adorno que con una auténtica función pues el CCC del conductor enviaba una señal única y codificada al sistema de registro y este comprobaba tanto su identidad como la matrícula y verificaba que estaba autorizado a entrar. Después las puertas se abrían, el guarda saludaba amablemente y el camión pasaba. Vi hacerlo tres veces y a la cuarta, mientras el camión avanzaba muy despacio esperando que las puertas se abriesen, rodé hasta ponerme debajo del camión. Busqué un lugar donde asirme, cualquier saliente que me permitiera agarrarme y continuar con la marcha del camión, pero tenía un fondo plano, sin desniveles, como la superficie de una tabla de planchar. Así que tuve que improvisar. Mientras el camión avanzaba lentamente yo me arrastraba como una culebra rezando para que no realizase ningún giro, porque sino más de cuatro toneladas me pasarían por encima.
Una vez rebasado el perímetro exterior, el camión empezó a acelerar para dirigirse a un almacén que se encontraba a unos doscientos metros. No pude seguirle el paso, así que me quedé quieto, tumbado hasta que el camión me sobrepasó totalmente. Cuando se hubo alejado lo suficiente para que no me pudiese ver por la retrocámara, me acerqué de cuclillas a un edificio cercano. Me escondí detrás de una esquina para observar.
Empezaba a haber mucho movimiento en el recinto. El almacén donde entró el camión era el sitio más bullicioso. Podía ver como varios individuos con exoesqueletos transportaban cajas de aquí para allí. Parecían muy atareados. Al fin y al cabo eran la única imprenta y ellos debían abastecer todas las demandas de papel impreso que se produjesen.
El edificio junto al que me encontraba eran las oficinas, donde se realizaba el trabajo más burocrático: comercial, contabilidad, promoción... Y también empezaba a verse actividad. El personal de la limpieza entraba ahora en él. Era mi oportunidad para colarme en el interior. Aprovechando que una limpiadora usando su CCC había abierto la puerta me colé justo detrás de ella antes de que se cerrara. La saludé amablemente y me dirigí al ascensor. Ella estaba todavía sorprendida y mi naturalidad le hizo pensar que era un trabajador de allí. Pero antes o después daría aviso. Por lo que tenía poco tiempo.
Subí al primer piso por las escaleras, el ascensor necesitaba una señal del chip para funcionar.
Había varias mesas con ordenadores. Escogí uno al azar y me puse las hologafas. Lo primero que me pidió fue la contraseña para entrar. Me probé tres gafas diferentes y las tres me pidieron una contraseña. Probé algunas al azar, pero no funcionaron. A los tres intentos se bloqueaba la terminal. Entrar en un ordenador no iba a ser fácil pues no estaba dentro de mis habilidades hackearlo.
Me fijé que de las mesas sobre las que se encontraban las terminales se extraía una tabla que servía como mesilla auxiliar. Fui sacando una a una la de todas las mesas hasta que encontré pegado en el lateral de una de ellas un papel donde se podía leer: Navegante1996
. No fallaba. Todavía había gente que registraba las cosas a la antigua usanza. Me puse sus hologafas y me conecté. Introduciendo la contraseña enseguida pude navegar por la intranet.
Me había conectado en un ordenador perteneciente al departamento de contabilidad, por lo que lo primero que me mostraron las gafas fueron las cuentas de la empresa. Les eché una ojeada cuando de repente ante mí, sin esperarlo, apareció el dato que me lo confirmó todo. Una partida del gasto estaba destinada a comprar Fenilalasa, la enzima que produjo la muerte a S.R. Ahora sí que James no tendría ninguna excusa para dudar de mí.
Grabé los datos en mi endocomunicador y bajé las escaleras corriendo. Cuando llegué a la planta baja vi a través del cristal que había dos coches de policía esperándome. De pie junto a los policías estaba James. Les dijo algo y entró.
—¿No quedamos en que te irías a casa y esperarías a que yo investigase? —me gritó enfadado.
—Lo tengo James, lo tengo. Tengo la conexión.
—Jack, por favor, no empeores la situación.
—¡Mira! Han comprado fenilalasa, la enzima que mató a esas personas. ¡Ahí lo tienes!
—Jack, les he logrado convencer de que si vienes conmigo no te encerraran. ¡Vamos por favor!
—¿No lo entiendes? Ellos pusieron la enzima en esos folletos para matarlos.
—¿Ellos quienes? ¿No te das cuenta de que vuelves a delirar? ¡Necesitas ayuda!
—¡Joder! ¿Me quieres escuchar? ¡Mira los datos que te acabo de enviar!
—¿Y?
—¿No lo ves? Están matando a gente con esa enzima. Ellos la adquirieron y ellos la pusieron en esos folletos.
—¡No tienes nada! Ven conmigo, por favor.
Los policías de fuera avanzaban ya hacia al edificio.
—Por favor, James tienes que creerme —dije con lágrimas en los ojos—. ¿Para qué iba una imprenta a comprar fenilalasa si no era para ponerlo en esos folletos?
—¿No ves que solo es un apunte contable? ¿Qué sabes tú de contabilidad o de holdings?
—Dime entonces por qué han comprado esa enzima y me entregaré, te juro que si me das una razón me entregaré.
Los policías estaban ya entrando en el edificio.
—Puede que solo estuviesen maquillando las cuentas. Se hace entre empresas de un mismo holding para favorecer las cuentas de las empresas que tienen pérdidas.
Caí de rodillas, Ciberteos había inhibido mis receptores de hipocretina produciéndome una cataplejía. Finalmente caí de frente contra el suelo.
Pude ver como se acercaban hacia mí y me ponían las esposas. No me resistí porque no podía mover ni un músculo del cuerpo. James con la ayuda de otro policía me introdujo en el coche. Se sentó junto a mí y me cogió la mano:
—¿Por qué te haces esto, amigo?
Y antes de desmayarme solo alcancé a decir:
—El vacío... es tan grande...
Test de Narración sobre vivencias individuales
9/5/2047
Anexo D5 del informe Miller
El doctor B. me ha pedido que escriba mi historia contigo, que la relate. No sé si tendré fuerzas, no me veo capaz, pero dice que será bueno para mí, que me ayudará a dar claridad a todo y exorcizar en parte mis demonios, los que aparecieron tras... todavía me cuesta manifestarlo, aquello que engendró los demonios, mis demonios, encerrados en una botella de cristal, los únicos que me ayudan a olvidar. Tal vez el doctor tenga razones para pensar que escribir me ayudará. Ojalá fuera tan fácil...
Todavía recuerdo cuando te conocí como si fuese ayer. Estaba recién licenciado. No tenía más de veinticuatro años y tú veintidós.
No fui a ese local por casualidad, aunque tampoco por elección como bien sabes. Pero sí lo fue que me cruzase con dos ojos verdes, profundos, intensos, infinitos, que me atrajeron con la misma fuerza con la que atrae un agujero negro. Dos círculos esmeralda que parecían flotar en el aire como dos soles verdes brillando en todo su esplendor. Solo en el momento en el que te dirigiste a mí por primera vez, fui consciente de que ese espacio llenado con el color de la eternidad, no eran dos espíritus deambulando en libertad, sino que detrás de ellos, junto a ellos, a su alrededor había una persona. Estabas tú.
Solo logré decir que tenías los ojos más bonitos que hubiese visto nunca. Tú me miraste como si fuese otro más de los cientos de hombres que te habían dicho lo mismo. Pero yo te lo dije de verdad: tenías unos ojos por los que un dios daría su inmortalidad. Si ese día me hubieses rechazado, si no hubiese vuelto a saber de ti, me habría visto obligado a buscar esos ojos en otras mujeres, condenado a conformarme con burdas imitaciones y a añorar ese verde cristalino hasta el final de mi vida. Pero decidiste darme una oportunidad.
Salimos de allí y fuimos a tu casa, la mía era la base de operaciones de un caso, y me avisaste de que no vivías sola. Años después me confesaste que tuviste miedo de que en ese momento saliese corriendo, pero yo ya me había dejado llevar.
Me sorprendió que fuese tu abuela con quien convivías, me esperaba un hijo o dos, pero si hubiesen sido quintillizos tampoco hubiese renunciado a ti. Aunque no te puedo engañar, sí que me asusté cuando me dijiste que tenía esquizofrenia, fue un miedo fruto del desconocimiento, no un miedo real, por eso no me fui.
Esa misma noche hicimos el amor y dormí abrazado toda la noche a ti. Fue un momento mágico, único, irrepetible, una sensación que paradójicamente quería repetir cada noche hasta el final.
Aunque los comienzos suelen ser bonitos en nuestro caso los primeros meses no fueron fáciles. Entre tu abuela y buscarte la vida, y yo con mi absorbente trabajo, el tiempo que pudimos encontrar para estar juntos cabía en la cabeza de un alfiler. Pero eso no nos alejó, al contrario, me hizo desearte más, pues cada segundo que estaba contigo quería estirarlo hasta la eternidad.
Hablábamos mucho de nosotros, de nuestro futuro de lo que queríamos ser y también de tus preocupaciones de la que tu abuela era la principal. Me sorprendió saber que había gente que formaba parte de una corriente religiosa que rechazaba usar cualquier producto hecho por los hombres y no por dios. Los Puristas me dijiste que se llamaban. Me costaba entenderlo, pero el día que la vi desnuda paseándose por tu casa comprendí de qué me hablabas. Aunque eso fue solo una anécdota, un detalle menor al lado de que tampoco tomaba la medicación para la esquizofrenia, la única forma de controlar la enfermedad.
Tuve que ser más enérgico, haberte presionado para que la obligases a tomar sus pastillas, pero no soportaba verte sufrir. Así que lo dejé pasar.
Pero la cosa empeoró cuando decidimos irnos a vivir juntos. Me peleaba todos los días con tu abuela. Yo intentaba razonar con ella para que tomase esas malditas pastillas, pero fue todo inútil. Finalmente se negó a hablar conmigo y terminó saliendo a la calle desnuda gritando que vivía con Satanás. Aún así no hicimos nada, no quebramos su voluntad. Pero debimos hacerlo, sí que debí hacerlo.
Aunque no todo fue malo en esa época. La decisión de tener un niño fue lo mejor que me podía haber pasado después de conocerte. La idea de un infante dando vida a la casa me hacía infinitamente feliz. Ni tan siquiera tu rechazo a la selección del embrión (que fuese niña, tus ojos y tu empatía eran los rasgos irrenunciables que yo hubiese elegido) me quitaron las ganas de dar al mundo la posibilidad de repetir a alguien como tú.
Solo tu abuela se empeñó en empañar esos momentos, recordándote cada día que ese niño sería el hijo de Satanás, mi hijo. Y tú, no sé si por tu imposibilidad de llevarle la contraria o por no darle más razones para odiarme, asentías a sus palabras. Eso me hizo daño, mucho más que cualquier cosa que tu abuela pudiese hacer o decir. Aún así fui capaz de soportarlo. Hubiese bajado al mismísimo averno si me lo hubieses pedido. Y sabía que tu abuela era para ti tan importante como yo (tal vez más).
Pero la esquizofrenia es una enfermedad grave. Por lo menos debimos haber buscado ayuda. Debimos haber hecho algo. No te culpo, tú adorabas a tu abuela y era injusto pedirte que fueses tú la que tomase una decisión que te causaría un dolor infinito, pero yo debí ser más firme y debí obligarme a encontrar una solución.
Y eso que cuando tuviste el accidente contra ese Mercedes Giant que casi acaba con la vida de los dos, con la tuya y la de nuestro hijo, estaba claro que no debía seguir así. Tu abuela se negó a que te hicieran una trasfusión de sangre, era ella tu familiar directo, la que tomaba la decisión, y tu vida dependía de ello. Así que sin que ellos se enterasen yo te di la mía. Tu abuela creyó que era un milagro y tú, con buena voluntad, le dijiste que no había milagros, que había sido yo la que te salvo.
Eso solo empeoró las cosas. Ya no solo llevabas al hijo de Satán sino también su sangre.
Y... no fui fuerte, no fui lo suficientemente firme y no la incapacité. Verte llorar era insoportable y la simple idea me paralizaba. Y eso me martiriza. Porque si pudiese volver atrás, si tan solo se me concediese un deseo y pudiese cambiar lo que no hice, yo mismo le obligarías a tragar esas pastillas aunque tuviese que metérselas en el estómago. Lo haría, mi amor. Porque me culpo. Me culpo de que aquella mañana de marzo te despertases nadando en sangre por las cuatro puñaladas que tu abuela te había asestado en el vientre para asesinar a nuestro primogénito, el hijo de Satán.
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