Un pensamiento viene cuando
élquiere, y no cuandoyoquiero; de modo que es un falseamiento de los hechos decir: el sujeto yo es la condición del predicado piensoFriederich Nietzsche, Más allá del bien y del mal
Cuantos más registros sobre cada uno de nosotros hay en las bases de datos, menos existimos
Marshall McLuhan, From cliché to archetype
Test de narración sobre trascripción de la conversación psiquiátrica
23/10/2053
Anexo E3 del informe Miller
Como parte del Test de narración de Kauffman se le pidió a Jack Miller que hiciese una trascripción basada en su memoria de su entrevista con el psiquiatra. El objetivo era deducir un diagnóstico preliminar con base en la forma en la que el sujeto percibió esa entrevista. A continuación se detalla el análisis de la trascripción.
[...] siendo lo primero que llama poderosamente la atención: el uso de un estilo narrativo cercano a la novela, totalmente inapropiado. Este alejamiento de la descripción aséptica, que se le pide a una trascripción, se ve todavía más remarcada al compararla con el video de la entrevista, apreciándose que las citas eruditas del texto son un añadido a posteriori que no se produjeron en la conversación original.
[...] Parece ser que el paciente es un ávido lector de ciencia ficción, lo que podría explicar esta tendencia a la narración como si fuese una novela de ciencia ficción noir, lo que explicaría...
[...] además de que esta propensión a introducir cambios en la secuencia de hechos original o reinterpretarlos a conveniencia revela una psique con tendencia a la manipulación que pretende controlar una situación que el sujeto siente como extraña. Este hecho se ve reforzado en el constante desprecio, uso de improperios e intentos de desacreditación del psiquiatra.
[...] Debida a esta última característica, el Test de Steer-Jackson basado en 98 items en una escala Likert de cinco alternativas podría no ser útil a la hora de diagnosticar esta disfunción porque el sujeto tiene suficientes conocimientos de psicología como para falsear la prueba, ofreciendo las respuestas más adecuada a sus intereses. Sin embargo otras lecturas neurométricas como la de Grasccini-Steward sobre patrones neuronales pudieron confirmar este diagnóstico con una probabilidad del 0,7 (Ambos test forman parte del Anexo F de este informe).
[...] Sería aventurado todavía emitir un diagnóstico del paciente Jack Miller, pero por lo expuesto anteriormente parece que nos encontramos ante un trastorno obsesivo compulsivo del tipo de intolerancia a la incertidumbre que se manifiesta en su forma general en: otorgarse una responsabilidad excesiva en el acontecer de sucesos que escapan a su control y sobre todo en la necesidad de encontrar una causa incluso en aquellos hechos que carecen de explicación.
[...] de confirmarse este diagnóstico preliminar, se requeriría la programación del polvo inteligente, que se le volverá a inocular en breve, para que actúe como estimulante de las vesículas que liberan la serotonina o inhibiendo la recaptación de este neurotransmisor, pues es su baja recepción la causa principal de este TOC.
A continuación se adjunta un extracto de la entrevista en el que se basa este diagnóstico.
[...] Me puse serio. O ese comecocos no me escuchaba, o no me estaba entendiendo nada de lo que le decía, así que decidí jugar en su terreno utilizando conceptos que él pudiese comprender.
—¿Sabe esas personas a las que les tienen que cortar el cuerpo calloso que une los dos hemisferios cerebrales y por eso uno de sus hemisferios no conoce lo que conoce el otro?
—Síndrome de hemisferio dividido se llama.
—Como sea. Leí una vez un caso de esos. Al tipo se le pidió que cerrase la ventana. Este lo hizo y después se le preguntó por qué la había cerrado. ¿Y sabe lo que contestó?
El comecocos negó con la cabeza.
—No crea que dijo que la cerró porque se lo hubiesen pedido, que sería lo lógico, sino que dijo que la cerró porque tenía frío.
—¿Y sabe por qué ocurrió eso?
—¡Claro que sí, joder! Si no, no le estaría contando esta maldita historia —el comecococos me ponía de los nervios. Al final iba a parecer que era él el que contaba la historia —. El hemisferio que había realizado la acción sabía por qué lo había hecho, pero no podía comunicárselo al hemisferio que controlaba el lenguaje que es el hemisferio que tenía que dar la respuesta, así que este hemisferio se inventa una causa plausible de su comportamiento.
—Es la teoría del intérprete del Dr. Gazzaniga—me dice como si no lo supiese.
—¿Está usted contando la historia? —le respondo enfadado—, porque hasta donde yo recuerdo usted no estaba contando la puta historia —puse fin a sus intentos de apropiarse de mi narración—. Deje de interrumpirme —le pido amablemente— y escuche. Lo importante aquí no es que no pudiese saber por qué lo había hecho realmente, el noventa y nueve por ciento de las cosas que hacemos no tenemos ni idea de por qué las hacemos: se estimula una neurona aquí, un neurotransmisor se activa allí y nuestro cerebro genera una respuesta que nos explicamos siempre ad hoc —ese comecocos de pacotilla se pensaba que no sabía nada de psicología—. Lo interesante de este caso es que nos muestra hasta que punto nos inventamos contestaciones a preguntas para las que no tenemos ninguna respuesta.
—¿Y que conclusión saca de ello, señor Miller?
—Pues que va a ser. Que preferimos creer una mentira a tener la certeza de que no sabemos una mierda. El cerebro necesita rellenar los huecos de nuestra patética existencia.
—¿Y qué tiene esto que ver con lo que hablábamos?
De los nervios me estaba poniendo el comecocos.
—¿Acaso hay que explicárselo todo? Vivimos suspendidos en el vacío. Cruzamos el fino alambre de la existencia como funambulistas y logramos mantener el equilibrio sobre la nada sin más pértiga que nuestra capacidad de invención. ¿Cree que soportaría su vida si supiese que no tiene ningún sentido? Ya se lo digo yo: ni de coña. Si ha llegado hasta aquí es porque vive engañado. Su cerebro, mi cerebro, el de todos ¡joder! se ve obligado a evitar el vértigo de nuestro deambular creando la ilusión de la continuidad. Ahí donde se manifiesta la vacía existencia, nuestro circuito neuronal nos brinda un sentido. Ahí donde nuestro cerebro ve un hueco, lo rellena con una explicación. El espíritu de lo apolinio lo llamó Nietzsche: la capacidad que tenemos de embellecer el caos dionisiaco imposible de asimilar. ¿Conoce a Nietzsche?
—No mucho.
Impostores, todos los comecocos no sois más que impostores.
—Pues debería leerlo más. Aprendería un par de cosas de psicología. Porque Nietzsche ya lo dijo, claro que no hablaba del cerebro. ¿Pero que más da? Nuestros cerebros lo hacen constantemente.
—¿Qué hacen constanmente?
—¿Ve? El suyo lo acaba de hacer. En este mismo instante. ¿Acaso no lo ha notado? Compruebe si en la línea de más arriba acaba de leer constanmente
o constantemente
. ¿A que sí? Su cerebro ha dado sentido a una palabra que no lo tenía, ha dado al caos un orden que no existía. ¿Ve? Apolo se impone a Dionisos.
—Sigo sin ver a donde nos conduce todo esto.
—Pues que no me van a creer por mucho que les cuente. La hipótesis que le cuadra a sus estrechos cerebros es que estoy loco, ¿verdad? Y aunque les diese una historia casi igual de verosímil, su cerebro no les dejaría ver la verdad porque prefieren la explicación simple y ordenada a la caótica. Y no se crea que me quejo. Está en nuestra naturaleza: Horror Vacui lo llamaron los latinos. Pero ¿para qué quieren entonces que les cuente mi versión de los hechos?
—Loco es una palabra que no utilizaríamos nunca. Y es verdad, como usted ha señalado, que el cerebro tiende en ocasiones a maquillar las explicaciones —que forma más vergonzosa de hacerme la pelota antes de darme una colleja—, pero en ciencia la hipótesis más simple es la verdadera y si nos cuenta su versión podremos juzgar de manera más eficaz si está diciendo la verdad o todo es un producto de su fantasía.
—¿Sí? ¿Seguro que la explicación más simple es siempre la verdadera? Porque Einstein rechazó la teoría cuántica por esa razón, le parecía una locura que una partícula pudiese estar en dos sitios al mismo tiempo. Pero la verdad, y aquí hablo de la VERDAD es que un fotón, el mismo fotón, puede existir en dos lugares simultáneamente —este tipo se pensaba que me iba a pillar con el tema de la ciencia.
—¿Y entonces qué es lo que quiere usted, señor Miller?
—Quiero contar mi historia, pero no a una cámara, ni de forma hablada. Quiero hacerlo por escrito y pudiendo extenderme todo lo que necesite. Porque quiero que lean atentamente mi historia y que la juzguen sin añadirle ni sustraerle ningún dato ni interpretación que no se encuentre ahí. Aunque mucho me temo que va a ser una tarea del todo inútil, pues por mucho que quiera impedirlo, su cerebro hará lo imposible para para ejecutar aquello para lo que ha sido programado —le dedico una amplia sonrisa antes de iniciar la siguiente frase—. Por eso no me enfadaré si finalmente cae de nuevo en la ilusión de la racionalidad pues al fin y al cabo ¿para qué también la verdad a toda costa?
Informe Miller 1/4
8/11/2053
Centro psiquiátrico Michael Gazzaniga
Todo empezó como empiezan estas historias, con un trabajo rutinario. Era un caso cualquiera para un agente de predicción y prevención de crímenes. Sí, ese es mi trabajo, predecimos crímenes y los evitamos. Pero nada que ver con lo que la mayoría de la gente cree. No podemos leer el futuro, no por lo menos como lo hacen los quirománticos. Nosotros utilizamos los Big Data, los datos masivos, inteligencia de datos o macrodatos, elija la denominación que más le guste. ¿Qué que son? Increíble que a mediados del siglo XXI todavía haya gente que me lo pregunte. Pero se lo explicaré gustosamente porque a los comecocos se les saca de Freud y se les hace la noche.
La inteligencia de datos es una ciencia de la que muchas empresas se han aprovechado. Por lo menos en sus comienzos, en la primera y segunda oleada antes de la ley de publicidad de macrodatos. ¿Cómo creé que hizo su fortuna Google o Amazon? Gracias a ellos. ¿Acaso cree que el proyecto Google books fue una labor social? Que inocente. Gracias al escaneo de millones de documentos Google pudo construir el mejor traductor que existe, el que toda empresa y ciudadano del mundo utiliza en la actualidad. Un traductor que no debe su exactitud a la creación de potentísimos modelos con los últimos algoritmos genéticos incorporados, sino solamente a una cantidad ingente de datos que permite traducciones más precisas que las que el mejor ingeniero del MIT pudiese nunca crear.
Las compañías de seguros también se dieron cuenta de su importancia rápidamente y fueron las que iniciaron la segunda oleada. Tener los datos GPS de todos sus asegurados para encontrar correlaciones entre los accidentes y conducir por determinadas rutas y horas del día, modelos y colores de los vehículos, les hizo ahorrarse millones de dólares ajustando el precio del seguro al perfil del conductor. Pero no crea que me estoy desviando del tema. Sé por lo que está leyendo este informe: el caso que lo inició todo. No se impaciente y déjeme terminar de contarle en qué consiste mi trabajo.
Cuando finalmente los estados se dieron cuenta de la importancia de estos datos, decidieron controlarlos. Era el paso lógico. Y así se inició la tercera oleada. Pero al contrario que las dos anteriores, los estados no buscaban hacer negocio con ellos sino usarlos para beneficio de la población. Se empezaron a recoger paulatinamente los datos sociométricos de cada ciudadano hasta que no quedó nadie que no llevase implantado el chip biológico que los registraba (ya sabe, lo que conocemos como Chip de Control Central o CCC). Ahí se recoge no solo el número de conversaciones diarias a través de las redes sociales y qué tipos de mensajes mandamos clasificados en diferentes categorías sino movimientos poblacionales, compras, gastos por horas y minutos, lecturas neuronales...
Ya sé lo qué está pensando: ¿y la privacidad? Pues la verdad es que no quedaba para nada mermada, solo es un ordenador (varios en realidad, pero que le conocemos como la unidad llamada Ciberteos) que procesa datos a los que solo se les puede poner nombre propio bajo la orden de un juez, así que: ¿qué había que temer?
Además para asegurar la democratización de estos datos y evitar que solo los que tuvieran grandes recursos pudieran acumularlos, toda esta amalgama de datos de millones de ciudadanos se publican de forma anónima, esperando a cualquiera que pueda establecer correlaciones entre ellos que se puedan explotar. ¿Por qué no lo intenta usted, comecocos?
Una vez que tienes a todos los ciudadanos controlados en cada movimiento que hacen, ya es mucho más sencillo encontrar las correlaciones entre los crímenes y los comportamientos pasados. Con una base de datos suficiente que se consiguió en cinco años, fue sencillo precisar quien iba a cometer un crimen con un noventa y cinco por ciento de exactitud. Lo más difícil estaba hecho. Ahora que ya tenías localizados a los futuros infractores, solo quedaba crear una unidad policial que de forma sutil impidiese que esos sujetos llegasen a cometer esos crímenes. Ahí es donde entramos nosotros. Como ve, nada que ver con los tres precongs metidos en una piscina que tenía en mente al oír hablar de nuestra unidad de prevención de delitos.
Sí, ya sé lo que piensa: ¿acaso no era el polvo inteligente el que impedía los crímenes? Pues no tantos como la gente piensa. El polvo inteligente solo puede atajar aquellos delitos impulsivos, basados en desequilibrios químicos del cerebro, nada que se fragüe durante meses. Pero ya volveremos sobre el tema del polvo inteligente. Ahora vayamos a lo nuestro.
El caso que me habían asignado era el de S.R., un sujeto que no se comunicaba a través de las redes sociales, sin familia (aunque este no era un dato significativo), aficionado a las armas y al que solo se le conocía una persona con la que se relacionaba y que compartía su mismo perfil. Sí, claro que sí, S.R. ya tenía una bandera puesta por Ciberteos, una monitorización especial, pero nada que indicase que estaba a punto de cruzar el Rubicón. Hasta que sonaron todas las alarmas cuando en los últimos meses intensificó la compra de material de carpintería.
Ya sé lo que piensa, le conozco como si fuese un homúnculo en su cerebro, ¿qué tiene que ver ese tipo de compras con cometer un crimen? Tal vez nada, pero eso no implica que no haya una correlación de un ochenta y ocho por ciento entre su perfil sociométrico, la compra de ese tipo de material y el cometer un crimen violento en los meses siguientes.
¿Qué se ha perdido? Pues escuche bien. Para entenderlo debe abandonar ese obsoleto concepto de causa y efecto. Ya no se utiliza ni en física de partículas. Dos variables puedan estar correlacionadas sin que una cause la otra. Comecocos, su error viene producido porque en ocasiones es fácil convertir la correlación en causalidad: Walmart halló que los días anteriores a una tormenta se vendía hasta un veintisiete por ciento más de latas de comida. La relación causa-efecto parecía clara: la gente tiende a aprovisionarse ante la posibilidad de que la tormenta sea mayor de lo anunciado y no puedan salir de su casa durante un tiempo. Y eso es lo que le está pasando ahora, su cerebro está en este mismo momento intentando encontrar ese nexo causal. Está pensando: material de carpintería, incremento de tetosterona y crímenes violentos, ¿acaso no hay una relación?
¿Ve por qué no puedo dejar mi diagnóstico en sus manos? No se engañe, la mayoría de las veces esta relación causa-efecto no es posible encontrarla a través de rocambolescas teorías porque ni tan siquiera existe. Le pondré otro ejemplo. Es totalmente verídico: un famoso vendedor de recambios para coches de segunda mano analizó sus datos para encontrar qué tipos de coches tenían menos problemas y halló imprevisiblemente que los coches naranjas tenían, significativamente, la mitad de averías que los coches de otros colores. ¿Acaso es capaz de encontrar la relación causa-efecto en este caso? Ni yo ni nadie lo ha hecho. Pero a la inteligencia de datos la causalidad le da igual. ¿Qué importa si no podemos establecer esa relación? Solo a su cerebro ávido de una explicación le importa. Pero para la inteligencia de datos lo importante son las estadísticas, que una variable esté relacionada con otra y que podamos hacer uso esa correlación. Grábeselo en ese estrecho cerebro suyo.
Por eso funciona nuestro departamento. Encontramos esas correlaciones y después evitamos que se cumplan. Para ello no necesitamos hallar una explicación metafísica.
En nuestro caso S.R. tenía un ochenta y ocho por ciento de probabilidad de cometer ese crimen violento así que mi labor era evitar que eso pasase. Eso sí, de la forma menos invasiva posible. Como no hacerlo. Son inocentes hasta que no se demuestre lo contrario, ¿verdad? Y en eso también nos diferenciamos de esa pseudociencia ficción que estoy seguro impregna su imaginario. Nosotros vivimos en el mundo real y seguimos respetando el libre albedrío de las personas, por lo menos mientras nadie demuestre que no existe.
Como le decía, nuestra labor consiste en introducir elementos nuevos en la vida del futuro infractor para reconducir su comportamiento sin que él se entere. Nos infiltramos en su vida para evitarlo.
S.R. era un caso claro de lo que llamamos comportamiento de retroalimentación. Al no tener contacto con otras personas nada más que con su compañero, cualquier idea que tuviese no era más que una versión de una idea central que sufría un bucle de confirmación. Uno y otro se daban la razón sobre las mismas ideas, incapaces de cambiarlas porque no tenían contacto con otras nuevas, lo que hacía que esas ideas poco a poco se fuesen pervirtiendo hasta que terminaban por apoderarse del individuo que acababa inmolándose en defensa de la propia idea: un proceso claro de retroalimentación. La forma de acabar con ello, por tanto, era sencilla: introducir en su círculo la figura de un explorador, una persona que viene de fuera, de otros círculos y que le muestre ideas alternativas que sirvan para moderar e incluso corregir las que él tiene. ¿Qué le parece absurdo? Ponga una sala de café en una gran compañía donde los trabajadores de los diferentes departamentos crucen ideas de forma esporádica y verá como aumenta la productividad de forma exponencial.
Y ese era mi trabajo, hacer el papel de explorador.
Paso primero: entrar en contacto con el sujeto. Alquilé una casa en su misma calle. Desde allí me sería mucho más fácil entrar en su área de influencia y poder introducirme en su círculo. Esta es con toda seguridad la parte que menos me gusta de mi trabajo. Estar cambiando de domicilio cada poco tiempo. Tengo un piso alquilado en el centro, pero prácticamente no vivo más de un mes al año allí. Así que voy a trompicones entre caso y caso, saltando cerca de los sujetos a los que debo interrumpir
. Pero no tengo mujer ni hijos, por lo que nadie me echa de menos por las noches.
Una vez acomodado debía tomar contacto.
Me aprovisioné de material de carpintería y en el último pedido, por error
, puse su número de calle. Sabía cuando iban a entregar el paquete, así que solo tenía que pasar casualmente por su casa e iniciar el juego.
—Estoy frente a ella. Creo que se encuentra en el garaje —le dije a mi técnico de neurodatos a través del endocomunicador—. Son las cinco y cuarto. El repartidor no debería tardar en llegar. ¿Me has recibido con claridad, homúnculo?
—Te he dicho que no me llames así —me respondió James en el endocomunicador.
—Pero es lo que eres, una voz en mi cabeza.
—Vete a tomar por culo.
James era mi controlador asignado. Para la perfecta ejecución de mi trabajo, un explorador debe trabajar siempre con un analista de datos neuronales del sujeto al que se tiene que interrumpir
, que se halla en las oficinas de Precrimen supervisando toda la operación. ¿Qué como lo hace? Accediendo en tiempo real a los datos biométricos que registra el polvo inteligente.
—Ahí está el dron —le digo a James.
—De acuerdo, estoy preparado. Cuando quieras.
El pequeño aparato con el paquete desciende hacia la puerta principal de S.R. y envía un mensaje al timbre de la casa. S.R. sale del garaje.
—¿Qué demonios?
El dron deja el paquete a sus pies y desde sus altavoces emite el mensaje prefabricado.
—Envíe su código de seguridad si está conforme con la entrega.
—Yo no he pedido ningún paquete. No esta semana. ¿Qué es esto?
—Una talladora eléctrica inteligente de Naxxon —respondió el dron de forma mecánica situándose frente a su cabeza.
Cogió el paquete y miró la etiqueta.
—Esto está a nombre de Jack Miller y yo no soy Jack Miller. Es un error.
—¿Entonces rechaza el envío?
Yo les observaba desde la distancia cuando James me puso en alerta.
—Sus niveles de adrenalina aumentan.
—Voy a intervenir. En cuanto le de la mano, ya sabes —le dije.
—Sí.
Corriendo hacia él y levantando la mano, grité:
—Es mío, es mío.
S.R. miró hacia mí. Llegue jadeando, como si hubiera corrido sin control.
—Lo siento, el paquete es mío. Vivo un poco más arriba, he visto al dron y me he imaginado que era mi paquete. Soy nuevo y me he liado con los números.
Le extendí la mano.
—Jack Miller, su nuevo vecino.
Me miró fijamente y me dio la mano. En ese momento James le descargó una explosión de oxitocina en el cerebro que le produciría una sensación de placer que su cerebro asociaría a haberme conocido y por tanto facilitaba el establecer la relación de amistad.
—S.R.
—¿Va a aceptar el paquete o no? —volvió a preguntar el dron.
—Lo siento, se me había olvidado.
Envié mi código de aceptación al dron a través de mi endocomunicador.
—Recibirá un justificante de entrega en su carpeta de entrada. Buenas tardes —dijo el dron e inició el vuelo de regreso a su base.
Cogí el paquete de las manos de S.R.
—Supongo que pensaría ¿para qué diablos quiero yo una talladora eléctrica?
Sonreí.
—No en realidad yo... también me dedico a esto.
—¡Que casualidad! —dije haciéndome el sorprendido—. Con las impresoras 3D en pleno auge es difícil encontrar a alguien que todavía se dedique a crear sus muebles a mano.
—Y que lo diga —sonrió—. En vez de ser hábil con las manos quieren que lo seamos con la programación y yo me niego a aprender eso. Así que una Naxxon inteligente... buen aparato.
—¡Diana! Endorfinas naturales subiendo.
—La Naxxon es la mejor —contesté—. Tenía una, pero ahora tengo que reconstruir mi taller de bricolaje de nuevo después del divorcio. Mi exmujer se quedó con todas mis herramientas para su nuevo novio
.
—Mujeres, pffff. ¿Quién las necesita?
¡Ping, ping, ping, ping! ¡Premio! Ciberteos nunca fallaba. Según los datos S.R. no había comprado flores, ni joyas, lencería, ni tan siquiera crema hidratante, no había comprado dos entradas de cine ni una cena para dos en los últimos años lo que apuntaba a que no había estado con mujeres en todo este tiempo. El superordenador había cifrado la posibilidad de que fuese misógino en un noventa y ocho por ciento.
—Desde luego yo no —le dije.
Él me sonrió. Había picado el anzuelo.
—Si necesitas cualquier herramienta no tienes más que pedírmela.
—Gracias —le dije —. No dudes que lo haré. Y si tú necesitas esta pequeña joya, sabes donde vivo.
Asintió.
—Espero verte por aquí.
Le di nuevamente la mano y me dirigí a mi nuevo hogar.
¿Ve como se trabaja con el cerebro, comecocos? Todo había salido perfecto, en tiempo record y solo con una intervención artificial en su cerebro. Debería aprender algo de nosotros.
Paso segundo: Fase de Consolidación. Una vez habíamos establecido el contacto, intimar era más sencillo. No olvide que conocía sus gustos, así que ver un partido de fútbol, traerle casualmente
su cerveza favorita o hablarle de mi paliza a un homosexual en mi juventud, servía para estrechar nuestra relación. En este caso fue fácil, en menos de un mes ya me podía considerar su colega. Y ahí es cuando comienza la Fase de Interrupción.
Paso tercero. Introducir nuevas ideas en su memelogía particular. Esta fase no estaba exenta de problemas. El principal era que aunque las estadísticas nos decían que iba a cometer un crimen, salvo en casos puntuales, no sabíamos qué tipo de crimen era ni cual podía ser el detonante. Por lo que la labor de interrumpir la secuencia de acontecimientos no era fácil. Podía ser su homofobia lo que funcionase de motor o su misoginia o su anarquismo, por lo que el número de ideas a interrumpir abarcaba un espectro inmenso. En casos así, no se podía interrumpir idea a idea (demasiada información nueva hacía que el sujeto terminase rechazando a la persona que le introducía esa información, es decir yo), por lo que era un camino más sencillo la separación de su elemento de retroalimentación (su compañero) y ayudar a S.R. a la búsqueda de nuevas alianzas menos afines a su posición (que no le sirviesen como elementos retroalimentarios). Este camino llevaba más tiempo, pero tenía un éxito del noventa y siete por ciento.
Inicié la fase tres.
—Estoy llegando ya a la casa —le dije a James—. Me presento de improviso con unas latas de cervezas. Espero que no esté su compañero.
Llegué hasta su puerta y llamé. Nadie contestó.
—¿Está ahí seguro? —le pregunté a James.
—Que sí. A diez metros de ti. Tal vez en el jardín trasero.
La puerta estaba abierta así que entré gritando su nombre. Seguía sin obtener respuesta. Sobre una mesa del recibidor había un sobre y encima de él, junto a un abrecartas, un papel de propaganda electoral. La publicidad en papel todavía era mucho más efectiva que el spam directo al endocomunicador que era eliminado por efectivos programas.
Era un folleto del partido Izquierda Racional. Lógico al estar tan cerca las elecciones.
S.R. me quitó el folleto de la mano.
—No lo toques.
—Lo siento. No quería.
—Niveles de serotonina bajos. Enfado a la vista —me dijo mi homúnculo. Ya no podía hablarle porque me oiría S.R.
—Lo recibo todavía porque en su momento me afilié para intentar llevarles a mi terreno —dijo disculpándose.
—Falsa alarma. La corteza cingulada anterior me dice que su estado fue solo por vergüenza.
S.R. jugó nervioso con el folleto.
—Ya sabes que éxito tuve.
—No te avergüences, yo también lo intenté en su momento —le dije sonriendo—. ¿Una birra?
Él asintió y nos abrimos una.
—Bien hecho, compañero. Sus niveles de endorfinas aumentando.
—¿Dónde está F.? —le pregunté. Quería iniciar una conversación en el que su compañero fuese el tema.
—Está en... Está en...
De repente se sacudió como si fuera un perro mojado, arrugó el folleto manchándose las manos con la tinta y lo tiró al suelo.
—Está en...
—¿Te ocurre algo?
—Sus niveles de noradrenalina se vuelven anormales. Será mejor que salgas de ahí.
—Él está... Él está en... está en...
Comenzó a mover la cabeza compulsivamente.
—Rápido, sus niveles se están volviendo locos.
Me fui hacia la puerta andando hacia atrás, sin dejar de mirarlo, controlando sus movimientos y cuando me giré un segundo para introducir el código de salida en la puerta, se abalanzó sobre mí.
—¡Hijo de putaaaa! —gritó subiéndose a mi espalda.
Comenzó a darme puñetazos en la cabeza. Empecé a dar vueltas para quitármelo de encima. Un puñetazo en el oído me mareó.
—¿Qué ocurre?
—Me está golpeando. ¡Haz algo, joder!
Mientras su cerebro reaccionaba a las señales que James le estaba mandando, yo no me quedé de brazos cruzados. Me lancé contra el mueble de espaldas, se golpeó con una esquina y cayó al suelo. Me miró desafiante desde allí.
—¡Hijo de putaaaa!
Me clava en la pierna el abrecartas. Yo le pego una patada en la cara y cae de espaldas.
—¿Quieres hacer algo? —le digo a James—. Estoy herido y duele, joder.
—Ya lo intento. Pero no parece responder a la inundación de endorfinas.
—Pues para mí, para el dolor.
—Una ración de encefalinas para el señor. Tardará un poco en funcionar.
S.R se alza ante mí. Tiene la mirada perdida y parece actuar por instinto animal.
—No sé que le habrás hecho, pero las lecturas están disparadas. ¡Huye de ahí ya!
Todo atisbo de razón había desaparecido en él. Yo me acerco a la puerta de nuevo pero una silla, hecha por él, me revienta en la espalda. Caigo al suelo. Me parece que voy a necesitar muchas más encefalinas.
Ahora le miro desde abajo. Parece un toro enfurecido. Respira entrecortadamente y tiene una barra de hierro entre las manos. Sé lo que va a hacer. La alza. Ya no hay tiempo para que mi homúnculo le de una descarga. Cierro los ojos. Noto un golpe en la cabeza. Pero no es de la barra. Abro los ojos y su cuerpo ha caído entre estremecedoras convulsiones. Cuando intento hacer algo, ya ha parado y su corazón no responde.
Llega la policía y las ambulancias. El masaje cardiaco que le realizo no sirve para nada. Ha muerto.
Me curan de las heridas. Me dicen que no podré correr durante un tiempo, pero que me pondré bien. Eso me alivia. Mientras me trasladan al hospital para hacerme las tomografías pertinentes, hablo con mi homúnculo.
—¿Qué ha pasado ahí? Estaba todo bien y de repente.
—No lo sé. Puede haber fallado el polvo inteligente, pero realmente no lo sé.
Le digo que se vaya a casa y que descanse. Me tumbo en la camilla y pienso que esa muerte ha sido culpa mía. No debimos trastear con su cerebro. En ocasiones el polvo inteligente es impredecible.
Extractos de la disertación para simposium Retos de la futura Red Inalámbrica de Nanosensores para la Monitorización e Intervención
13 al 15 de septiembre del 2034El polvo inteligente y el problema del libre albedrío
por Jack Millar
Anexo B del informe Miller
[...] que el libre albedrío es un invento del cristianismo. Ninguna religión ni civilización anterior tuvo un concepto que reflejase que el hombre pudiese decidir su destino. Surge por una necesidad de este. Para condenar al cielo o al infierno a alguien por sus actos en la Tierra debes suponer que esa persona ha realizado esos actos libremente. Si no, sería Dios el que desde el nacimiento nos habría condenado. Solo puedo ser responsable de aquello que elijo libremente. De ahí la necesidad de introducir un concepto como el libre albedrío que hacía de la responsabilidad una posesión del hombre, birlándosela a la moira, al destino o los dioses.
[...] aunque algunas sectas del cristianismo como el luteranismo afirmaban que la salvación se encontraba solo en la gracia divina, negando así la condición de libre albedrío del ser humano, este fue defendido no solo como uno de los rasgos definitorios del ser humano, sino como su característica esencial y diferencia fundamental con el resto de los seres vivos.
[...] Solo a través de la glándula pineal que conectaba alma y cuerpo en Descartes, el ocasionalismo de Malebranche o la armonía preestablecida de Leibniz pudo la modernidad, manifestada en el mecanicismo racionalista, salvar o justificar de alguna manera el libre albedrío.
[...] Pero era difícil renunciar a este concepto tan arraigado en nuestra cultura. Kant hizo lo indecible para salvarlo en un universo determinado por las tres leyes de Newton, pues la negación de su existencia llevaba también a la desaparición de toda moral. Y la única manera de salvarlo fue a costa de renunciar a su posibilidad de demostrarlo científicamente. Una vez descartado del ámbito del conocimiento solo le quedaba el ámbito de la fe, racional eso sí, pero fe al fin y al cabo y el libre albedrío quedó relegado a un postulado en el mejor de los casos. Algo en lo que creer para que no se desmoronase la sociedad en la que vivimos.
[...] la moral no tendría sentido. Como ya había anticipado Nietzsche la moral no sería más que una invención del hombre, en el mejor de los casos para diferenciarse de otros hombres. Porque la moral no sería más que el producto de determinadas reacciones químicas en el cerebro que tienen nombres como empatía, sentimiento de culpa y que estaría vinculado de forma fundamental al concepto de libre albedrío.
[...] y ahí radica el gran problema, ¿cómo vivir en una sociedad en la que se aceptase que el libre albedrío es una ilusión? Nadie sería responsable de sus actos, por lo que no podríamos encarcelar ni hacer un juicio a nadie, y solo quedaría ajustar su red neuronal para que no cometiese más delitos. La responsabilidad desaparecería. Y la pregunta que quedaría es: ¿sería eso tan malo? ¿Sería tan perjudicial controlar lo que la naturaleza reparte de forma azarosa, llámese empatía o conciencia moral?
[...] el polvo inteligente, la red de nanosensores electromecánicos que está en cuestión y que de aprobarse la ley formaría parte de nuestra corriente sanguínea, viene a poner sobre la mesa este debate. Algo similar ocurrió ya con el auge de la inteligencia de datos o Big Data, momento en el que ya se discutió si la acumulación y control de estos datos no supondría la merma de nuestra libertad. Pero con una diferencia, la inteligencia de datos era pasiva, no influía directamente en el comportamiento de los sujetos. Con el polvo inteligente tendremos por primera vez la posibilidad de reconducir, modificar e incluso controlar directamente hasta un determinado punto el comportamiento del ser humano de forma mecánica.
[...] ¿Querría decir todo esto que desaparecería el libre albedrío? Sin duda. Incluso si creemos en su existencia, que otra persona pueda manipular estos nanosensores para cambiar el equilibrio químico de nuestro cerebro, sin duda significaría privarnos del libre albedrío. Pero la pregunta pertinente no debería ser si este desaparecería sino si alguna vez existió, porque de negarse haría el debate inane.
[...] ni el libre albedrío ni la moral nos hacen superiores a los demás animales, ya que no son más que productos de la misma evolución. Por eso no podemos estar en contra de esta tecnología pues gracias a ella ya no estaremos expuestos al capricho de una incontrolable naturaleza que produce en nosotros espontáneos ataques de ira o fomenta maquiavélicos crímenes para satisfacer nuestra psique individual. Con el polvo inteligente el ser humano por primera vez será consciente de lo que ocurre en su cerebro a tiempo real y podrá controlarlo esta vez sí, de forma racional y en beneficio de la comunidad, saltándose los límites que la naturaleza impone a la formación de una auténtica humanidad.
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