Aunque todo el mundo conoce a esta sustancia tan familiar, conocida ya desde la antigüedad, y normalmente la utiliza de forma cotidiana, son muchos los que desconocen tanto su composición química como el fundamento físico en el que se basa para limpiar la suciedad.
Tal como se ha comentado en las entradas correspondientes, el jabón se fabrica tratando un aceite o una grasa con una disolución de un hidróxido alcalino, normalmente de sodio (sosa) o de potasio (potasa). El hidróxido rompe la molécula de grasa liberando la glicerina y reaccionando con los ácidos grasos, quedando como producto final las sales sódicas o potásicas de estos ácidos grasos, que es lo que conocemos como jabón independientemente de los aditivos (colorantes, perfumes...) que se le pueda añadir. Este proceso recibe el nombre de saponificación, derivado de la denominación latina de jabón.
¿Cómo limpia el jabón la suciedad? Es sencillo. La suciedad suele estar compuesta en buena medida de sustancias grasas, que no son solubles en agua. Las moléculas de jabón presentan una dualidad química curiosa: Por un extremo (el del grupo carboxilo, convertido en un anión por la acción del hidróxido alcalino) es soluble en agua, mientras que por el otro extremo (la larga cadena de átomos de carbono) es soluble en las grasas. Así pues, la molécula de jabón lo que hace es actuar como puente, o gancho; por un lado se agarra a las moléculas de grasa que constituyen la suciedad, mientras por el otro es arrastrado por el agua, consiguiendo así lo que no se puede lograr con agua sola, eliminar la suciedad.
Mucho más recientes que el jabón son los detergentes, que utilizan el mismo principio físico de los jabones (una parte de la molécula es soluble en agua y la otra en grasas) pero de forma mucho más mejorada, ya que se obtienen por síntesis química y no a partir de un producto natural como es el caso del jabón.