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Tercera parte: DIOSAS DE LA GUERRA. Episodio 6
Estalla la guerra

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SCOTTON

—¡Disciplina! Eso es lo que significa ser soldado. ¡Obediencia! ¡Lealtad!

La bronca esta siendo de aúpa. El General Aloysius Von Rader, majestuosamente sentado en su silla de ruedas y cargado de medallas, asistía impertérrito a la magnífica regañina que el Vicealmirante Helvar Scotton estaba echando a una de las suyas; una Teniente de Infantería de Marina llamada Lee Zalduendo a la que él jamás hubiese entregado los galones. Era una pirata de gas Hidrógeno dotada de excepcionales habilidades psíquicas que la Confederación de Mundos pretendía explotar. Por eso la habían hecho oficial y embarcado como Oficial de Seguridad en la única nave interestelar de la Confederación; el Thalion. Hacía apenas unas horas había intentado escapar del complejo de gobierno militar donde estaba internada. Era un acto irresponsable pero predecible. Lo que Aloysius no llegaba a comprender era como las medidas de protección destinadas a la teniente Zalduendo habían sido tan escasas. Por eso la reprimenda del Vicealmirante le estaba sabiendo a gloria. Tendría que habérsela echado él, pero el propio Scotton y su amiguita, la JEM Visq, habían estado a punto de quedar en ridículo con aquel asunto. Von Rader volvió a mesarse los enormes bigotes, que lucía como un antiguo presidente-mariscal alemán, y rió en silencio.

La chica era muy joven, demasiado, todavía conservaba algunos rasgos aniñados. Aloysius sabía que la habían cazado intentando escapar y se había echado a llorar. Y por la vehemencia de Scotton parecía que el asunto era realmente personal. Pero la jovencita ya no lloraba, desde que apareciera el Vicealmirante había guardado la compostura y ahora se mantenía de pie y firme con la mirada al frente y una palidez cadavérica en el rostro. Quizá estaba ocurriendo algo que se le escapaba al general de uniforme negro. Scotton siempre había tenido debilidad por las mujeres, en la más marcial tradición de su vetusto héroe, el antiquísimo Napoleón. ¿Sería posible que Scotton y la chica...? Von Rader tuvo que apartar la idea de su mente; alguien estaba al otro lado de la puerta y se disponía a entrar. Sin embargo guardó sus últimos pensamientos como un recordatorio. Puede que estuviese reducido a una silla de ruedas, pero su mente todavía marchaba como en un desfile, y Visq, Scotton y su camarilla no eran en absoluto de su agrado. El viejo general pensaba en un nuevo JEM; en alguien con una imagen de mayor acción y menos palabrería: él mismo.

Precisamente fue la Jefa del Estado Mayor quien transpuso la puerta. Se la veía especialmente altiva, su cara era una máscara de marcialidad, pero tanto Scotton como Von Rader comprendieron al verla que algo grave estaba pasando. El Vicealmirante dejó de hablar de inmediato.

—Tendrán que dejar la disciplina para Lugo —dijo Visq—, los marcianos han empezado a moverse.

Helvar Scotton chasqueó la lengua.

—Lo sabía —dijo—. ¿Dónde? ¿En Saturno?

—No. Calisto. Han roto el bloqueo. No sabemos cómo. Pero los informes de Valhalla y Asgard son diáfanos. Ambos asentamientos han sido atacados. Se trata de una incursión desde el espacio. Por ahora no ha habido bombardeos.

Scotton se concentró para pensar.

—Calisto... La Vladimir Komarov está allí. Ordené personalmente que una nave ligera patrullase el espacio entre las lunas de Júpiter.

—Vicealmirante, la corbeta Komarov fue el primer objetivo de la incursión. Tememos que haya sido... Destruida.

Esta noticia era devastadora, tanto que incluso el General de Marines se sintió conmovido.

—¿Destruida? —preguntó Von Rader—. ¿Quiere decir que no la han rescatado?

El término que se usaba en la jerga militar era nave suprimida; construir un navío interplanetario era caro, sólo al alcance de grandes empresas o gobiernos. Las naves piratas y los transportes privados eran casi todos pequeñas naves recuperadas de tiempos pasados y reparadas para alargar en lo posible su vida activa. Por ello, incluso en los más graves conflictos espaciales, se evitaba destruir la nave y matar a la tripulación. El objetivo era producir la descompresión en el interior del vehículo, dañar los motores o causar un número de bajas tal, que la nave no pudiera ser gobernada; pero destruir por completo un navío y matar a su tripulación era considerado un crimen inhumano, algo propio de tiempos antiguos cuando no se respetaba la vida humana.

—Eso pensamos. Vicealmirante Scotton, regrese de inmediato al Duque. He dado orden a la Segunda Flota de reunirse. Nos concentraremos en recuperar Calisto. General, usted también embarcará. Quiero lanzar un ataque espacio-tierra sobre esa luna. Señores, esto es lo que estábamos esperando. Ésta es una acción bélica que nadie puede ignorar. Ahora estamos legitimados para usar la fuerza.

Scotton fue capaz de mantener la compostura y no dijo nada, pero al general se le escapó un:

—¡Ya era hora!

—Vamos a inutilizar la flota marciana. Vicealmirante, prepárese para una campaña planetaria. Y prepare también un camarote para la teniente Zalduendo. La quiero con usted.

La Almirante echó un vistazo de águila a su subordinada.

—Sean cuales sean sus talentos, ha llegado la hora de que los ponga a prueba.

RUBIRAK

Los oficiales y soldados que llenaban la sala de batalla del palacio de Gobierno, la gran pirámide de Marte, se pusieron en pie y dirigieron su saludo hacia su caudillo, el general Zoltan Rubirak. En las enormes pantallas se veía la guerra progresar en cifras, estadísticas, diagramas y mapas. El General ocupó su silla en el centro de la acción; delante de él y en hileras descendentes, los oficiales de comunicación y control se pegaban a sus consolas transmitiendo órdenes sin parar a través de sus micrófonos. Detrás se reunían los mentalistas, reclinados en sus sillones, con los ojos cerrados y las bandas de transmisión del pensamiento alrededor de sus frentes. Sus mentes estaban lejos de allí; comprobando los sistemas de fuego antiaéreo, guiando los pequeños satélites espía que minaban el espacio marciano más allá de su atmósfera, viendo con sus propios ojos a través de las cámaras de las naves espaciales de guerra.

Por ahora todo marchaba bien. Calisto había sido tomado casi sin esfuerzo. El Huor se había transportado hasta allí en un peligroso salto cercano de planeta a planeta. Sus bodegas modificadas transportaban dos fragatas de última generación; el resultado de tecnologías secretas cuyo verdadero origen ni siquiera los ingenieros que las habían montado en los astilleros de Neto podían sospechar. Ambas naves fueron bautizadas con nombres terribles: Eichmann y Stalin. Rojas como la sangre, se habían precipitado por dos lados contra la Komarov y habían iniciado el combate sin previo aviso.

Tanto la Stalin como la Eichmann contaban con cañones de taquiones cuyos rayos penetraron profundamente en el casco de la pequeña corbeta confederada y provocaron la descompresión en prácticamente todos sus niveles. Rubirak había diseñado personalmente el plan de ataque, y sabía que el combate con armas de taquiones no podía entablarse a corta distancia, pues se corría el riesgo de que los haces de rayos penetraran en el sifón de fusión y provocasen la explosión de la nave enemiga. Una explosión del motor de fusión con la botella llena de plasma destruiría no sólo al objetivo, sino también a aquellas naves que se encontrasen en su cercanía. Por eso la Komarov se vio sorprendida por la profusión de rayos más rápidos que la luz, luego sufrió numerosas bajas por la repentina descompresión y por último estalló como una burla de supernova sobre el negro cielo de Calisto.

La conclusión del Estado Mayor marciano, es que este nuevo tipo de blitzkrieg espacial todavía debía perfeccionarse.

Después había comenzado el asalto terrestre. Los Infantes de Marina marcianos con sus trajes de campaña de color naranja se lanzaron en cápsulas. Pronto habían tomado el espaciopuerto de Njord, en la capital: Valhalla. Apenas hubo resistencia, ya que Calisto no tenía ejército y la policía no estaba entrenada para resistir fuerzas militares de élite. Los marines tomaron las lanzaderas disponibles y bajaron a tierra sus equipos pesados de combate: exoesqueletos Nimrod y Tyr. Los políticos y dirigentes calisteños fueron detenidos y hechos fusilar inmediatamente. El General Riuku apareció en los medios de comunicación declarando que el pueblo de Marte había tomado Calisto obligado por la opresión de la Tierra y la Confederación de Mundos, que no les permitían obtener el Hidrógeno necesario para la supervivencia del planeta. Arguyó que los líderes de Calisto habían sido juzgados y declarados enemigos del pueblo y fascistas reconocidos, y por lo tanto eliminados en nombre de la libertad del pueblo marciano. Luego finalizó diciendo que los marcianos deseaban ofrecer una solución política dialogada al conflicto que los enfrentaba con las otras razas humanas, e invitó a los líderes del sistema a negociar y acabar con la represión hacia Marte.

Poco después Rubirak había aparecido en la Sala de Batalla y ocupado su sillón de mando. Temía un contraataque repentino aunque intuía que las fuerzas confederadas no estaban preparadas para ello, y que la batalla todavía se retrasaría algunos días. El teniente que era su secretario personal se cuadró ante él.

—Informe de desperfectos, mi general. El Huor ha regresado a Neto con las bodegas llenas de Hidrógeno.

—Perfecto, teniente. Prepárenlo para un nuevo viaje. Ahora hay que afianzar nuestro control en tierra antes de empezar a enviar cargueros de Calisto a aquí. ¿Algo más?

—Ilkin Besarion está apunto de hablar a la OMU, señor.

Rubirak se frotó las manos.

—Bien, deseo verlo. Pásenlo a mi pantalla.

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© Jesús Poza Peña, 2006-2007

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© Jesús Poza Peña, (1.558 palabras) Créditos

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