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LABERINTO DE MUERTE
LABERINTO DE MUERTE Philip K. Dick
Título original: A Maze of Death
Año de publicación: 1970
Editorial: Plaza & Janés
Colección: Mundos Imaginarios nº 3
Traducción: Carlos Gardini
Edición: 1999
Páginas: 253
ISBN: 978-84-01-54099-8 
Precio: 5, 34 EUR

Tiempo estimado de lectura: 3 min 07 seg

Javier Iglesias Plaza

Si por lo común cualquier intento de crítica, reseña o comentario de un libro o una película suele acabar, por fuerza, desvelando la mayor parte de sus sorpresas narrativas y giros argumentales, el hacerlo de una historia de Philip K. Dick, implica, si es que se le quiere hacer justicia en el intento, destriparla totalmente, revelar irremisiblemente lo mejor de sus secretos. Así que, en consecuencia, aquel que tenga previsto disfrutar el cien por cien de esta poco conocida novela del autor, que deje de leer ahora mismo… y quien avisa no es traidor.

Bien, en el supuesto de que a partir de aquí no me encuentro completamente solo, proseguiré con mi perorata acerca de este ambivalente libro, y digo lo de ambivalente por las contradictorias y encontradas sensaciones que me asaltaron durante la lectura.

En el planeta Delmak-O doce colonos enviados allí desde los más dispares rincones de la galaxia con el objetivo de llevar a cabo una misión que sólo conocerán una vez se hayan reunido todos, descubren que la transmisión de sus órdenes ha fallado y no hay manera de recuperarla. Llegados allí en naves de un solo uso, estos doce extraños se encuentran de repente atrapados sin posible escapatoria en un planeta desconocido y con un objetivo que les es esquivo. Y en mitad de esta desesperada situación, uno a uno, los personajes empiezan a morir misteriosamente…

Esta es la premisa argumental sobre la que Dick ensaya su laberinto de muerte y es de recibo reconocer que, sobre todo al principio y durante buena parte del desarrollo de la trama, la palabra que mejor definía mis impresiones era el tedio. Fueron muchas las páginas en las que me aburrí soberanamente, y ni el esperpéntico y heterogéneo cúmulo de personajes presentado por el autor, todos ellos planos, grises, mediocremente retratados, ni el lento y farragoso suceder de los acontecimientos acababan de convencerme demasiado. En cierto modo, mi única sorpresa, además negativa, procedía de mi propio estupor; no acababa de creerme que una novela de Dick estuviese siendo hasta aquel momento poco más que un torpe remedo de las esquemáticas y repetitivas tramas de Agatha Christhie (cuya obra, dicho sea de paso, se me antoja de todo punto insoportable)

Aun así continué con la lectura porque Dick es siempre Dick (¡valga la redundante perogrullada!), un autor que, para bien o para mal, no deja nunca de reflejar en sus textos su particular acervo de obsesiones, y LABERINTO DE MUERTE no resultó ser una excepción. Poco a poco el lector acaba por toparse invariablemente con muchas de sus constantes narrativas y lugares comunes; un singular culto religioso que mezcla en desiguales dosis mesianismo, iluminismo y mística; extrañas criaturas de origen desconocido que, a la postre, resultan ser artefactos manufacturados; una creciente sensación de irrealidad y paranoia que crece imparable hasta el fin de la novela imponiendo la duda acerca de todo lo aparente como única salida viable para los personajes; así como sucesivos e insospechados giros argumentales que, de una manera francamente audaz, acaban por transmitir al propio lector esa misma sensación de paranoica irrealidad y duda pertinaz que acecha a los personajes.

Precisamente es en este punto, sin duda el fuerte de Dick, donde el fiel de la balanza se decanta definitivamente hacia lo positivo, convirtiendo la novela en una más que interesante lectura. A medida que la conclusión de la trama se aproxima Dick empieza a pisar el acelerador, como si de repente hubiese entrado en el calor adecuado, hallando la corriente inspiradora precisa, o, tal vez, como si hubiese decidido acabar al fin con un pastiche a lo Christhie completamente voluntario y, así, sabiendo adormilado, anestesiado al lector, tocase ahora el turno de su abismación total en el tifón de una trama que, girando cada vez más violenta y salvajemente sobre sí, ha de culminar por fuerza en algo del todo impredecible.

Tras la sistemática y misteriosa eliminación, uno tras otro, de casi todos los personajes-marioneta y no teniendo ningún Poirot, ninguna Miss. Marple sabihonda en perspectiva que iluminen este laberinto de muerte en el que Dick decidió sumir la obra, surge al fin un protagonista aparente, Seth Morley, que creyendo haber descubierto la conspiración y la trampa que se cierne sobre todo el grupo de colonos, esto es, que todos han sido enviados a la lejana Tierra, destruida desde hace mucho tiempo, como parte de un experimento sociológico del Ejército, acaba por convertirse en la encarnación del típico protagonista dickiano; poseedor de una verdad que bajo ningún concepto debe ser revelada, debe emprender una huida desesperada, sobrevivir como pueda a la sistemática persecución a la que el Poder Oculto en la sombra lo somete con el fin de silenciarlo definitivamente.

En el caso de LABERINTO DE MUERTE la victoria de este manipulador poder oculto sobre el individuo en rebelión cae del lado del primero y, Seth Morley, como el resto de compañeros de aventura, acaba muriendo…

…Pero esta no es más que otra vuelta de tuerca dickiana, porque en realidad todos los personajes no son sino la tripulación de una nave espacial que se encuentra atrapada ad eternum en la órbita de una estrella muerta, siendo su única escapatoria al aburrimiento y el hastío el jugar, una y otra vez, el vivir, una y otra vez, una existencia virtual proporcionada por la tecnología de la nave. Así, la aventura de Delmak-O y el laberinto de muerte no ha sido más que el último de sus juegos, la última de sus falsas vidas virtuales, y, en espera de una muerte biológica lejana que los libere, uno a uno, de esa vida de encierro forzoso, monótona y sin alicientes, seguir jugando, vivir mil y una vidas más, mil y una muertes más, todas ellas falsas pero tan y tan reales y emocionantes en apariencia mientras se está aún dentro del juego, parece ser la única escapatoria a la alienación o el suicidio.

Y esto parece ser todo… aunque con Dick esto nunca puede llegar a asegurarse del todo…

Aunque LABERINTO DE MUERTE dista con todo de ser de las mejores obras del autor, si algún mérito se le puede atribuir, sobre todo desde una lectura actual, es el poner de manifiesto una vez más que si Dick fue bautizado como uno de los padres putativos del movimiento cyberpunk (tan acabado ya en literatura pero tan de moda en las pantallas) no fue por casualidad, habida cuenta de los no pocos préstamos (voluntarios o no) que con esta novela, escrita, no lo olvidemos, en 1970, mantienen una gran serie de posteriores producciones de mayor renombre, desde NEUROMANTE de William Gibson hasta la entera saga de Matrix de los inefables hermanos Wachosky, pasando por CUBE, NIVEL 13, y, desde luego, la cronenbergiana EXISTENZ.

© Javier Iglesias Plaza, (1.127 palabras) Créditos
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De las novelas de Dick leídas hasta la fecha, esta me parece sin duda la peor. Presenta una situación de partida muy característica del género policiaco: 14 personas, llevadas misteriosamente a un edificio en el planeta Delmak-O, empiezan a ser asesinadas misteriosamente. Por desgracia, todo está tan pedestremente narrado, las situaciones se suceden unas a otras con tal falta de lógica, están tan deslavazadas y son tan episódicas, que nada resulta creíble.

Se dan cita aquí muchos de los elementos de los relatos de Dick: nuevas religiones, delirios místicos y alucinógenos provocados por drogas, artefactos misteriosos, realidades que acaban por mostrarse falaces, matrimonios en los que uno no puede ni ver al otro, y algunos más que me dejo en el tintero. Todo lo cual estaría muy bien si estuviera organizado en un todo coherente y plausible. Los detalles no eran el punto fuerte de Dick, pero en esta ocasión brillan por su dejadez. Ejemplos de incoherencia hay mil a lo largo del relato: un personaje intenta matar a otro y acto seguido ¡ambos se ponen de acuerdo para ir de paseo al día siguiente!; un personaje se vuelve majara de golpe y porrazo y amenaza con una pistola al resto, y otro personaje intenta detenerlo ¡leyéndole un libro religioso!; un pequeño grupo va al encuentro de un edificio misterioso, se encuentra una cubo de masa gelatinosa, y, sin más ni más, deciden preguntarle sobre el futuro como si fuera una especie de bola mágica capaz de verlo.

En fin, que todo está puesto en la trama a golpe de calzador. Todo lo cual, si ya es malo, acaba por derrumbarse estrepitosamente en la resolución del relato. Ignoro si Dick fue el primero en inventarse esa solución, pero hoy resulta burda, facilona, y una tomadura de pelo. El tan cacareado juego con la realidad característico de este autor tiene aquí uno de sus peores ejemplos. Jugar con la realidad de esta manera está al alcance de cualquiera, y no revela absolutamente nada sobre nuestra condición humana. Lo dicho, un libro totalmente prescindible, por más que John Clute le vea implicaciones filosóficas de alto calado y que algunos la consideren una de sus mejores obras. Lo que es yo, creo que tales implicaciones son destrozadas por el estilo de Dick y por ese final tontorrón. Sólo apto, considero, para completistas de la obra de este escritor.

© Jordi García, (396 palabras) Créditos
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