
Con SADRAC EN EL HORNO he vuelto a las viejas costumbres de lector impenitente y concentrado: pasarme de estación de metro, lo que me dice mucho acerca de la novela. Pocos libros (en el último año sólo CAMELOT 30K) han sido capaces de abstraerme hasta el punto de conseguir hacerme olvidar empujones, acelerones, frenazos, traqueteos y los avisos de la megafonía. Alguna vez he hablado de la especial relación entre la literatura y los transportes públicos: si un libro es capaz de resistir a todas esas peripecias (y algunas peores aún) y envolver en una burbuja al lector estamos ante un libro sólido y consistente. De lo contrario podrá tener más o menos virtudes, pero le faltará ese algo.
No es que SADRAC EN EL HORNO sea un libro perfecto. Hay momentos en los que Silverberg podría haber recortado unas cuantas páginas sin perder nada y si ganado consistencia y solidez, pero el resultado global es tan satisfactorio que se pueden perdonar ciertos pasajes no demasiado afortunados ni interesantes.
Sadrac Mordecai es el médico personal de Genghis II Mao IV Khan. El dueño del mundo.
Tras una sucesión de catástrofes naturales, guerras, plagas y desgracias varias desde el corazón de Mongolia se alzó la figura homogeneizadora de Genghis II Mao IV Khan, un tirano que consigue apoderarse y rehacer las maltrechas estructuras de gobierno a nivel mundial y organizar de nuevo una sociedad traumatizada y sobre todo aterrorizada por una terrible enfermedad de carácter vírico: la descomposición orgánica. Genghis controla además el antídoto contra la misma, y mediante una medida política de palo y zanahoria consigue mantener el mundo en funcionamiento.
Pero a Genghis la ascensión a tanto poder le llegó en una edad ya avanzada, y una de sus obsesiones es perpetuarse en el poder. Para ello su equipo médico, encabezado por Sadrac, se encarga de controlar su salud y renovar sus órganos cuando estos fallan, por otro, tres líneas de investigación estudian la forma de preservar indefinidamente su esencia.
Sadrac se sabe un privilegiado, respetado y admirado por quienes rodean al Khan, no es temido por nadie, ni tiene enemigos, realiza su trabajo escrupulosamente, y es el único capaz de dar órdenes al Khan. Pero esa misma rectitud hace que a Sadrac se le planteen serios dilemas morales en lo que respecta a la previsible inmortalidad del Khan, sobre todo cuando él mismo se convierte en un elemento clave de la misma.
Una de las cuestiones que más sorprende de la novela es que no está contada en el habitual tiempo pasado, sino en presente, lo que le añade un curioso atractivo. Silverberg también juega con el misterio de la fulgurante ascensión y oscuro pasado del Khan, hasta el punto de que, a modo de pasatiempo, hace escribir a Sadrac un diario apócrifo con lo que el médico supone los pensamientos del gobernante, e intercala aquí y allá, aportando otro punto de vista más a la narración.
Algunas lecturas de SADRAC EN EL HORNO la describen como un enfrentamiento entre el bien y el mal. Eso no existe en el libro. Khan no es un malvado psicópata, aunque la edad y el deterioro mental al que eso le lleva le haga tomar en ocasiones decisiones caprichosas y fatales. La novela tiene más de reflexión sobre la megalomanía y la extraña lealtad de los seguidores de los tiranos. Son fieles adeptos a su señor, pero a la vez conscientes de que la situación es en demasiadas ocasiones descabellada. A veces las ordenes del Khan resultan absurdas, pero las llevan a la práctica con fría determinación, conscientes de que de lo contrario, de rebelarse contra ellas, algún otro se encargará de llevarlas a cabo y posteriormente defenestrar al dubitativo. Así, la corte del Khan vive en permanente conspiración latente contra él, pero sin apartarse ni un ápice de sus deseos, conscientes quizá, de que ninguno de ellos está capacitado para arrebatarle el poder, eliminar todo lo malo del gobierno del Khan, pero a la vez mantener lo bueno de su gestión.
Con miedo, en definitiva, a que el caos, sólo conjurado por la figura del anciano, les arrebate todos sus privilegios y suma al mundo en la aniquilación final.
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Publicado originalmente el 25 de noviembre de 2001 en www.ciencia-ficcion.com
Comentario de Francisco Ontanaya
Bob Silverberg es un autor al que se le notan un poco más de lo normal los altibajos, y curiosamente a menudo coinciden con sus incursiones en áreas estilísticas menos fantásticas y con rasgos más culturales (EL LIBRO DE LOS CRÁNEOS, ALAS NOCTURNAS). En esta ocasión, probablemente se trate de un experimento fallido de narraciones escritas en presente, que no termina de cuajar en ningún momento en un argumento con fuerza o en personajes sólidos y suficientemente trascendentes. Silverberg incluye pasajes escritos de mano de un Khan bastante futurista, que añaden un poco más de desestructuración a la novela; sin duda alguna, experimentar no es algo que valga por sí solo, y en este caso la novela acarrea con las consecuencias.
Sadrac es el cirujano que ha ido renovando órgano por órgano el cuerpo del Khan, acercándolo a la inmortalidad, pero el Khan está insatisfecho; se ponen en marcha tres líneas de investigación para lograr una solución definitiva para eludir su muerte. Mientras tanto, una letal enfermedad a la que solo los siervos del Khan están inmunizados causa más y más estragos en todo el mundo.
SADRAC EN EL HORNO tiene un evidente aire de UN MUNDO FELIZ, de Huxley, pero en realidad no parece ser más que una novela escrita al paso, sin mucha fortuna ni muchos ánimos. Casi todo el ideario de la novela es bastante original, pero comoquiera que en ningún momento logra sacarle provecho, el resultado final es una historia correosa y costosa de leer.
Calificación:
Narrativa: 3, Argumento: 2, Originalidad: 4, Global: 3
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