
1.- Astronomía. Astros del Sistema Solar, caracterizados por tener unas órbitas muy excéntricas que los acercan periódicamente hasta las cercanías del Sol. Tienen su origen en los confines del Sistema Solar, y por estar compuestos de una mezcla de hielos de distintas sustancias químicas (agua, metano, amoníaco...) se los ha descrito como bolas de nieve sucia. Cuando se acercan al Sol el aumento de temperatura produce la sublimación de los materiales volátiles que los componen, produciendo unas espectaculares nubes brillantes (la cabellera y la cola) que los hicieron famosos desde la más remota antigüedad, considerándoselos como mensajeros de acontecimientos importantes o como heraldos de malas noticias.
Existen dos tipos diferentes de cometas, dependiendo de su procedencia. Los de período corto (aquéllos que recorren sus órbitas en menos de 200 años) tienen su origen en el Cinturón de Kuiper, y debido a ello tienen sus órbitas comprendidas en el plano de la eclíptica al igual que ocurre con los planetas. Los de período largo, que no vuelven a aparecer por las regiones interiores del Sistema Solar hasta pasados al menos 200 años, cuando no muchos más, proceden de la Nube de Oort y orbitan en diferentes planos, sin ceñirse a la eclíptica.
El cometa más famoso es sin duda el Halley, descrito por este astrónomo inglés en el siglo XVIII pero conocido desde mucho antes merced a sus apariciones periódicas. Sin embargo existen muchos otros, algunos de los cuales han adquirido celebridad recientemente, como el Hyakutake, el Hale-Bopp o el Shoemaker-Levy, los dos primeros porque resultaron ser muy brillantes en sus respectivos tránsitos por las cercanías de la Tierra (cosa que no ocurrió con el decepcionante Halley en su tránsito de 1986), y el último porque chocó contra Júpiter para regocijo de los astrónomos, que aprovecharon este fenómeno para profundizar en sus conocimientos de la atmósfera joviana.
Hasta hace unos años, lo único que se sabía de los cometas era lo descubierto a través de los telescopios, pero la situación comenzó a cambiar cuando las diferentes agencias espaciales decidieron enviar sondas a estos enigmáticos astros. Así, la sonda Giotto se acercó en 1986 a las proximidades del cometa Halley aprovechando su cercanía a la Tierra, tras lo cual estudió también, ya en 1992, el cometa Grigg-Skjellerup. Mucho más reciente, y ambiciosa, fue la misión de la sonda Stardust, que en enero de 2004 alcanzó el cometa Wild-2 tomando fotografías de su núcleo y recolectando muestras de las partículas eyectadas por la superficie del cometa al ser ésta calentada por la radiación solar, estando previsto que la Stardust retorne a la Tierra con estas muestras, que podrán ser estudiadas en los laboratorios. La última iniciativa de este tipo, por ahora, es la de la sonda Rosetta, lanzada en marzo de 2004 con destino al cometa Churyumov-Gerasimenko, donde llegará en 2014. Además de orbitar en torno al cometa, la sonda lanzará un módulo de aterrizaje a la superficie del mismo.
2.- Ciencia-ficción. Dada la fascinación que siempre han inspirado estos astros, no es de extrañar que ya en los albores del género fueran utilizados por los escritores para sus tramas. La primera vez que un cometa aparece en un relato de ciencia-ficción es probablemente en la novela de Julio Verne HÉCTOR SERVADAC (1877), donde el imaginario cometa Galia pasa rozando a la Tierra de forma que una porción de la corteza de nuestro planeta es arrancada junto con sus habitantes para pasar a formar parte del astro intruso. Los protagonistas, convertidos en involuntarios astronautas, se ven obligados a recorrer buena parte del Sistema Solar siguiendo la excéntrica órbita del cometa, pudiendo volver a su mundo natal cuando, al volverse a aproximar ambos astros, aprovechan la momentánea unión de sus respectivas atmósferas para pasar de uno a otro a bordo de un globo aerostático. Algunos años después, concretamente en 1906, escribía H. G. Wells EN LOS DÍAS DEL COMETA, donde se describe cómo al atravesar la Tierra la cola de un cometa los gases desprendidos por ésta afectan de forma drástica a la humanidad, un temor compartido por cierto por la ciencia de la época tal como lo demuestra el pánico que originó la afirmación de que la Tierra podría atravesar la cola -presuntamente compuesta por gases venenosos- del cometa Halley durante su tránsito de 1910.
Precisamente el cometa Halley es el escenario de al menos dos conocidas novelas de ciencia-ficción modernas, EL CORAZÓN DEL COMETA, de Gregory Benford y David Brin, y 2061 (la tercera parte de la saga de 2001) de Arthur C. Clarke. También de Clarke es el relato corto EN EL COMETA, donde una expedición científica consigue introducir su nave en el interior del núcleo de uno de estos astros, mientras Frederik Pohl describe en MINEROS DEL OORT cómo son desviados núcleos de cometas desde la Nube de Oort hasta Marte, utilizándose las ingentes cantidades de agua que los componen para terraformar este planeta.
Aunque el temor ancestral de la humanidad hacia los cometas no tiene ya razón de ser (aunque como ya ha sido comentado la llegada, en fecha tan reciente como 1910, del cometa Halley todavía llegó a desatar escenas de pánico), lo cierto es que el reciente choque contra Júpiter del cometa Shoemaker-Levy es una muestra patente de que la probabilidad de que un cometa impacte contra nuestro planeta, aunque remota, no es en modo alguno imposible... habiendo sido explotada por diferentes escritores de ciencia-ficción, como ocurre con Larry Niven y Jerry Pournelle en su novela EL MARTILLO DE LUCIFER, o con Frederik Pohl y Jack Williamson en EL FINAL DE LA TIERRA. En ambos caso se describe cómo un cometa choca contra la Tierra, provocando una catástrofe de magnitud planetaria y el colapso de la civilización.