
Los trastornos mentales siempre han sido tanto objeto de rechazo como de fascinación. La locura, el apartarse de la normalidad y no atenerse a las convenciones, los comportamientos aberrantes o simplemente extraños, han provocado desde repulsa hasta miedo. El loco estaba al mismo nivel que el apestado, cuanto más lejos se estuviera de él mejor, no ya porque fuera a contagiar su locura, sino porque rompía con la normalidad y su actitud resultaba inquietante.
Sin embargo, esa misma ruptura con lo cotidiano hace muy atractiva la figura del demente. Ya sea como simple atracción de feria que divierte con sus verdades del barquero, por su forma muy distinta de ver la realidad, ya como ente hermético que despierta una curiosidad malsana o por el morbo de contemplar sus actos sin inhibiciones, la enfermedad mental ha tenido siempre un atractivo perturbador.
Lógicamente el cine ha tomado buena nota de esa curiosidad malsana, y uno de sus recursos favoritos es el retratar la vida de los enfermos mentales, para solaz de un público necesitado de asomarse más allá de la línea de la locura sin para ello tener que vivirla en primera persona.
No obstante, la industria del cine ha sido muy poco respetuosa con la experiencia clínica de psiquiatras y psicólogos. Lo que interesa son los síntomas más espectaculares o curiosos de las enfermedades mentales. Un esquizofrénico bien diagnosticado y llevando un tratamiento correcto resulta aburrido, a lo sumo puede ser objeto de un documental sobre sus vivencias que venderá poco o nada. Sin embargo, un psicópata que en sus peores horas es capaz de cometer los crímenes más espeluznantes, es toda una mina de oro para guionistas y directores.
Beatriz Vera se queja amargamente durante todo el libro de esta circunstancia, de la frivolidad con la que se trata algo tan serio como es una enfermedad exagerando síntomas, obviando los más benignos, mezclando una patologías con otras, en definitiva, dando un espectáculo distorsionado que sólo en algunos pocos y dignos casos tiene que ver con la realidad.
El libro se divide en nueve capítulos, y cada uno de ellos en dos partes bien diferenciadas, en la primera se describe brevemente y de forma clara una familia de trastornos mentales (retraso mental, autismo, amnesia, esquizofrenia, etc., etc.) y en la segunda se repasan las películas más notables que han tocado estos trastornos.
Esa primera parte resulta de gran utilidad, ayuda a comprender y diferenciar cada trastorno, e incluso la evolución de su diagnóstico y definición como enfermedad. En la segunda parte, el repaso de las películas resulta a su vez revelador puesto que se pone de manifiesto el poco respeto, en general, de los cineastas por la realidad de los enfermos mentales.
Un libro revelador y a la vez bastante útil, tanto en su aspecto divulgativo como en los comentarios sobre las películas, en las que no se ha despreciado ni las más antiguas manifestaciones ni los estrenos más recientes. La única pega es el buen número de erratas que contiene el libro, no es nada preocupante ni molesto (de diez a quince en un libro de cuatrocientas páginas no desespera a nadie) pero si extraño dentro del buen hacer general de Calamar Ediciones.
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Publicado originalmente el 22 de octubre de 2006 en www.ciencia-ficcion.com